Expatriados en la terraza

Escrito el 10 de enero de 2020

Cafayate – enero de 2008 – Foto PR

          El otro día estaba sentado en una terraza cerca de dos franceses. Por la ropa que lucían, no parecían realmente turistas. Los turistas por lo general van vestidos con menos esmero, con menos cuidado. Esos dos, impecables. El primero llevaba puesta una camisa de rayas azules y blancas, y mocasines de ante. El segundo, una camisa inmaculada, al estilo del filosofo francés Bernard-Henri Levy. Los dos llevaban cortes, pero ojo, no cortes cualquieras, cortes de marca, cortes bien hechos, como los que se pueden ver en Saint-Tropez o el Cap-Ferret (Balnearios muy selectos de Francia), cortes de ejecutivos, cortes de alguien muy acomodado.
          Me dirán que eso no basta para distinguirlos de los turistas comunes. Que el turista acomodado es una raza que pulula, especialmente cuando uno cruza un océano entero para viajar. Que esta raza es más bien mayoritaria. Pero las camisas, señores y señoras, ¡las camisas! ¿Quién ha visto un turista viajar llevando puesto una camisa de director de banco?
          De todos modos, lo que decían no dejaba lugar a dudas: hablaban de negocio. Bueno, no estaba tampoco en condiciones de oír perfectamente su conversación: detrás de mí una pandilla de patitos argentinos cacareaba con tanta furia como si alguien acabara de robarles el plato de chips. Pero pude oír lo suficiente como para entender el sentido general de lo que estaban diciendo: hablaban del negocio del vino.

Bodega Diamandes, Mendoza – Propiedad histórica de la familia francesa Bonnie – Foto DP

          O sea que expatriados, sin lugar a dudas. Y el expatriado francés como es lógico, viene en Argentina ante todo para proyectos vitícolas. Los franceses ganaron la primera manga: es a ellos a quienes los argentinos fueron a buscar para ayudarlos a desarrollar ese sector, más que españoles o italianos. Algunos son ya auténticas estrellas, como Michel Rolland, el artífice adulado u odiado de la llamada “parkerización” del vino de Burdeos.
Por lo general, no me gusta el expatriado. Hablo del expatriado hombre de negocio, claro. No de los que vienen mandados por el estado, funcionarios de embajadas o docentes. Hablo del expatriado “privado”, el que vino por su propia voluntad para buscar (y encontrar) “oportunidades” de acumular una cantidad de pasta máxima en un tiempo mínimo. Ese expatriado odia a Francia, un país de mierda donde la administración lo hace todo para disuadir a los empresarios más dinámicos de montar sus proyectos. Adora a estos países donde le reciben con alfombra roja, donde se puede crear una empresa en un chasquido de dedos, y, cómo no, donde nadie le viene a molestar con la cantinela de los impuestos. Este expatriado considera Francia un país comunista (incluso cuando lo dirigen un Sarkozy o un Macron), donde se acosa a los comerciantes honrados en vez de controlar mejor a los beneficiados de las medidas sociales, beneficiados demasiado numerosos y demasiado pagados.
          Porque lo que le gusta más al expatriado en el extranjero, es lo barato que sale la mano de obra. Por eso eligió montar su proyecto más allá de sus fronteras: el personal cuesta mucho menos y reivindica poco. Argentina no siendo el mejor ejemplo, ya que tiene sindicatos numerosos, antiguos y bastante fuertes. Pero con un sueldo medio de menos de 500 euros, Argentina sigue siendo un país atractivo para el expatriado francés. Y mucho menos costoso en lo que se refiere a los gastos sociales, seguridad social y pensiones. Nada ni nadie podría decidirle a volver a Francia. No echa de menos a su departamento de seis ambientes en el barrio de Chartrons en Burdeos o en Saint-Cloud cerca de Paris. Acá pudo comprar uno mucho más grande por una cantidad muy inferior. En Recoleta para un departamento de cuatro ambientes te cobran 300 000 dólares, más o menos 270 000 euros. Incluso pudo comprarse una casa en Tigre, archipiélago selecto del delta del Paraná. De todas maneras todavía posee una casa de familia en Arcachon. O en Niza. O en Biarritz. Vuelve de vez en cuando a veranear, y para comprobar que Francia, decididamente, no cambia. Y para burlarse de los frioleros que, no como él, no tienen los coj… de marcharse de una vez. Cuando acá, carajo, “¡se puede amasar una pasta, no te cuento!”.

Carrefour market – La Recoleta – Buenos Aires – Foto DP

Colectivos (En español)

Escrito el 8 de enero 2020

Foto PR

          Así se llaman los autobuses en Argentina. En Buenos Aires, son propiedad de empresas privadas. Es difícil saber exactamente el número de líneas, parecen muchísimas. Hemos leído una vez que existían más de 500, pero es una cifra que quedaría por verificar. Muy difícil también es encontrar un mapa del conjunto de la red. De todas maneras, si existe tal mapa, parece muy difícil imaginarlo legible. Por suerte, existe sin embargo un sitio web muy cómodo, parecido a los que tenemos en Europa, donde entras las direcciones de partida y destino, y te ponen el trayecto exacto, incluidas las partes andando. Pero. Varias veces nos dimos cuenta que ya no existía la parada indicada. O que la habían trasladado a otra calle. Muy divertido. Andas cinco o seis cuadras hasta la parada mencionada, y al llegar, ¡zas! Nada. Ni rastro. Por ejemplo esta misma mañana queríamos coger el 75. En realidad, la parada se hallaba cinco cuadras más lejos, en una calle paralela. Son muy juguetones. Parece que la gente está acostumbrada. Sin embargo, si juzgamos por el número de personas quienes nos preguntaron por un número de línea, por controlar si tal colectivo paraba acá, o si tal otro iba a tal sitio, etc…parece que tampoco toda la gente lo maneja perfectamente. El otro día al volver de Palermo creíamos haber encontrado – por fin – la parada del 60. Incluso un anciano se había acercado a preguntarnos si, de verdad, pasaba por acá el tan esperado 60. Sí señor, como puede ver usted mismo, es lo que va escrito allá arriba en el cartel. 60. (Entre otros, ya que a una parada pueden corresponder un montón de líneas). Así que nos pusimos a esperar juntos, el anciano y nosotros. Después de un cuarto de hora, nada. Veinte minutos. Media hora. Mientras tanto, se pararon muchos otros, pero ni apareció un solo 60. Al cabo del primer cuarto de hora, ya el anciano se había subido en un 42, sin más preocupación. Al final, decidimos subir en el próximo colectivo, cual fuera su número y destino. Tuvimos suerte: pasaba por la avenida Santa Fe. Perfecto para nosotros. Pero nos cuesta trabajo pensar que al final de nuestra estancia en Argentina, sea cual sea su duración, acabaremos por entender cómo funciona todo este quilombo.

Colectivos frente a la estación Retiro – Foto DP

          Lo positivo de este sistema que parece tan anárquico, es por una parte su tarifa muy asequible (por el precio de un solo billete de tranvía francés, puedes hacer cinco viajes en Buenos Aires), y por otra parte el sistema de tarjeta “Sube”, recargable, que se puede utilizar también en el metro (el “subte”, acá) y los trenes de proximidad.
          Los colectivos son el teatro de un extraño espectáculo. Los argentinos se muestran por lo general un pueblo bastante indisciplinado y con escaso espíritu cívico. Pero no en lo que se refiere a los colectivos bonaerenses. Allí las colas que se forman en las paradas bien se pueden comparar con las que podemos ver en Londres. Prohibido adelantar: todo el mundo espera con mucha paciencia, uno tras otro. Pasa igual dentro de los autobuses: incluso en hora pico, predominan la calma y la cortesía. No en Francia ni en España se podría constatar que los transportes públicos constituyen así un lugar de desarrollo del sentido cívico de la gente.

Parada de colectivos – Foto QV

          Uno puede también utilizar el taxi. Tampoco es caro, si se compara con los taxis de Francia. Para un trayecto de 5-6 kilómetros no te cobran más de 3 euros. Pero hay que elegir bien su vehículo. Y el chofer. En verano, más vale elegir un taxi con las ventanillas cerradas, lo que indica aire acondicionado. Y esquivar los choferes que conducen con los ojos pegados a la pantalla de sus móviles. Hay muchos. Nos tocó uno de esos al volver de Puerto Madero. A cada semáforo volvía a la maldita pantalla. Así que cada vez se perdía el momento de volver a arrancar. Luego rugía como un león, con ayuda de bocina y todo, porque los demás le adelantaban. Manejo nervioso, al milímetro. Y nosotros apretando las nalgas, con mucho miedo.

Taxis porteños – foto PV

          En lo que se refiere a la amabilidad, los taxistas porteños se parecen muchísimo a los parisinos. Es de suponer que parecerse a un taxista parisino es el colmo de la distinción. Por suerte, no lo saben los camareros de Buenos Aires. Quienes son todo el contrario de nuestros mozos de Paris. Sonrientes. Amables. Y muy lentos. Pero igual de desagradables para con los tacaños que se ahorran la propina.

País pobre – Pobre país

Escrito el 7 de enero de 2020

Frente al aeropuerto Jorge Newbery – Diciembre de 2007 – Foto PV

          Quizás otros no opinarán lo mismo, pero a nosotros siempre nos sorprendió la extrema diferencia entre las dos Américas, la del norte y la del sur, en cuanto a sus destinos políticos y económicos. Esas dos partes del continente parecen dos caras totalmente opuestas de una misma moneda: inmensos territorios colonizados por los europeos. En la línea de partida, las mismas riquezas, los mismos recursos, las mismas oportunidades de desarrollo. Al final, un norte rico, desarrollado y dominante, y una parte sur que se quedó atrás, más bien subdesarrollada, y en larga medida, aceptando la tutela del vecino norteño.

          ¿Acaso no se podría explicar por la diferencia existente entre los modos de construcción de ambos territorios? Son los inmigrados quienes construyeron en buena parte los Estados-Unidos, a medida de su progresión hacia el oeste. La Corona inglesa por su parte se quedó en los territorios del este, y tanto su ejército como su Iglesia desempeñaron un papel secundario en la conquista del oeste. Eso puede explicar también porque los Estados-Unidos obtuvieron su independencia con bastante anticipación, en comparación con los vecinos del sur: los inmigrados representaban una entidad fuerte y legítima frente a la de la Corona.
Al contrario en el sur, España y Portugal instalaron una autoridad real muy fuerte así como muy apremiante. Las tierras conquistadas eran consideradas como propiedad exclusiva de la Corona, y esa las distribuía en prioridad a las “grandes familias”, quienes se apoderaron de la mayoría de las tierras agrícolas del subcontinente. De allí en más, esas grandes familias constituyeron una suerte de clase nacional inmutable, identificándose a la nación misma. “Somos Argentina” o “Somos Chile” suelen decir a menudo los terratenientes del cono sur. Esas familias acapararon también los puestos importantes tanto en el Ejército como en la jerarquía católica, así que se apoderaron de la casi totalidad de los medios de poder y, salvo durante unos pocos – y cortos – periodos, coparon la escena política hasta hoy. Y la copan todavía, aún cuando fuerzas opositoras lograron abrirse un pequeño espacio.

          Resulta que esos países se ven más bien dirigidos por una oligarquía que descansa en los viejos esquemas de una economía agroexportadora. Generando una brecha enorme entre las clases más ricas y las clases más pobres, sin dejar posibilidad a la existencia de pasarelas entre las dos categorías, siendo las sociedades suramericanas muy “reproductoras”. Con paralelamente un inmovilismo económico tremendo: la industria está casi toda en manos extranjeras, y los servicios públicos están casi todos… bajo control de capitales privados.
          Tal sociedad desigual no puede sino generar una guerra feroz entre las distintas clases sociales. Lo que explica la fragilidad del sistema democrático: cada cambio de gobierno se vive como una revancha, el tiempo de “hacerles pagar” a los vencidos su política pasada. Eso se puede observar en la actualidad por ejemplo en Brasil con la elección de Bolsonaro después de Lula, o el golpe “blando” contra Evo Morales en Bolivia (por lo menos hasta la elección de Luis Arce). Dos ejemplos en medio de varios. Pasa lo mismo con los medios de comunicación y la prensa. Acá en Argentina, esos medios son más bien militantes, y no se molestan en aparentar una objetividad que no tienen, como lo hacen nuestros propios medios en Francia. Clarín es rotundamente antiperonista, La Nación un diario decididamente conservador, y Pagina/12 apoya sin reserva a los gobiernos peronistas . Pasa igual con la tele: uno nota en seguida a que campo pertenece la o él quien está hablando. En tal contexto, ¿Cómo podría progresar el país?

          Argentina lo tiene todo para volverse un país desarrollado y rico: un territorio inmenso, todos los tipos de clima, recursos agropecuarios sin límite (aunque este rubro bastante dañado por el monocultivo), riquezas en el subsuelo, una población que todavía puede crecer (tan sólo 45 millones de habitantes, o sea un millón menos que España, pero con un territorio casi seis veces más grande), un potencial turístico todavía por desarrollar, un pasado cosmopolita riquísimo, etc… Ese país tenía que volverse tan desarrollado y rico como Estados-Unidos, y al contrario, se quedó un país pobre, delicuescente, gobernado por políticos corruptos e incompetentes, a sueldo de potencias extranjeras (sobre todo estadounidenses) o, cuando gobiernan desde la izquierda, con tentaciones autocráticas.
          Un país desperdiciado.

Contraste. En el fondo, el puerto industrial. En primer plano, la autopista Umberto Illia. Entre los dos, más allá del ferrocarril, la « villa 31 », la más grande de Buenos Aires – foto PV
Chalet – Tigre – Delta del Paraná – Foto PV
Casas de adobe, noroeste argentino – Foto PV

La Biela (En español)

Escrito el 5 de enero de 2020

Entrada Avenida Quintana, 600 – Foto PR

          No necesitamos presentar ese bar muy famoso que se halla frente al cementerio de la Recoleta : lo van a encontrar en todas las guías turísticas.
No es el más lindo de los bares notables de Buenos Aires, tampoco el más autentico, pero sí uno de los más antiguos. Su historia empieza en 1850. En la época, se trataba tan sólo de un pequeño bar de aficionados, se llamaba “la Veredita” (la pequeña acera). Luego, se llamó “el Aéreo”, debido a su popularidad dentro del medio de los pilotos de avión. Eso hasta los años cincuenta. A partir de 1950, se volvió el lugar de predilección de otros pilotos, con volante esos, y por fin recibió su nombre actual: La Biela.
          También lo frecuentaban unos escritores famosos: para recordarlo, los dueños instalaron una mesita redonda en la entrada, donde se pueden ver sentadas las estatuas de Jorge Luis Borges y su gran amigo Adolfo Bioy Casares, tomando café. Así que los turistas pueden sacarse fotos compartiendo café con esas dos estrellas de la literatura argentina. (Lo hicieron igual en el Tortoni, otro bar notable del centro de la Capital, donde Borges también está sentado en una mesa las 24 horas. No dudo que esos famosos pasaron tiempo en esos bares, por lo menos certifica que tenían buen gusto. Pero obligar así a esos pobres hombres algo ancianos a pasarse todo el día aferrados a una taza de café, ametrallados por los flashes de las cameras, nos da algo de pena).

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, clientes perpetuos – Foto PR

          El decorado de La Biela no tiene nada extraordinario. En el interior, como es de suponer, es un decorado más bien automovilístico: fotos de pilotos en sus bólidos, casi todas de los años 50, en blanco y negro, muchas del héroe nacional, Juan Manuel Fangio, insignias de marcas, piezas de coches (por ejemplo, ¡un magnifico radiador de Hispano!), y por supuesto, la famosa biela tallada en el respaldo de las sillas de madera del local. O sea, ambiente “vintage”. Afuera, la amplia terraza parece mucho menos atractiva. Total anarquía de muebles de jardín de plástico blanco y verde oscuro, muy numerosos, como amontonados sin orden aparente, o un orden siempre alterado por los clientes que desplazan sillas y mesas a su antojo. Ojo cuando van a elegir una mesa: todo el sitio es también territorio de una multitud de palomas, así que más vale elegir una mesa provista de parasol. Desde la terraza, se puede admirar el tan magnífico como famoso gomero, plantado acá hace más de un siglo, y que con el bar y el cementerio, representa la tercera maravilla de la zona.

El gomero frente a La Biela – foto PV

          La sala y la terraza forman como dos mundos sin relación entre sí. Tuvimos tiempo de darnos cuenta, ya que nuestro departamento estaba casi al lado, y solíamos pasar acá la mayoría de los fines de tarde.
La Biela se halla en un barrio muy turístico, ya que está exactamente en frente del cementerio más famoso de Buenos Aires, equivalente al “Père Lachaise” parisino, donde se pueden encontrar las tumbas de una multitud de próceres argentinos, como Eva Perón, Domingo Sarmiento, Hipólito Irigoyen, José Hernández, y tantos más. O sea que La Biela es un lugar caro, pero muy caro. Es decir, en comparación con los demás “bares notables” de la ciudad. Pero siempre es posible pedir una “cañita” de cerveza y unas “chips” de patatas sin vaciar su cartera, y así poder pasar una hora tranquila sentado en la terraza, a mirar y escuchar a los demás clientes.       Bueno, en una novela, siempre ocurre algo al héroe que se sienta a tomar algo en una terraza cualquiera. Miradas que se cruzan, el titulo de un libro en la mesa que permite entablar una conversación, el famoso que viene a sentarse al lado y le pide por favor, la carta del menú que descubre en su mesa y está faltando en la suya, bueno, pasa algo y al final, empieza una relación muy fuerte entre dos seres que todavía no se conocían antes de llegar a la terraza. Con nosotros no. No pasó nada. En la realidad, una terraza llena de gente ordinaria, grupos de turistas de todas las nacionalidades, jóvenes, menos jóvenes, ancianos, familias, pandillas de minas recreándose, ejecutivos de viaje, o sea, nada muy notable. Gente que parece tener una vida tan normal como la nuestra. Claro que siempre es posible inventarlos otra más excitante, de eso precisamente se preocupan las novelas, disfrazar lo ordinario de extraordinario, pero si nos permiten, antes de emprender tal delicada y noble tarea, déjenos terminar por lo menos nuestras cervezas, antes de que el sol muy duro de la tarde acabara de disfrazarlas de sopa de lúpulo.
          Adentro es otro mundo. Total e implacablemente. Por una parte, el promedio de edad es mucho más elevado, y por otra parte, el público es mucho más argentino. O sea, viejos argentinos. Gente del barrio, que los camareros reconocen al entrar. Esa parte de La Recoleta, sin duda la más selecta, es territorio de la vieja burguesía porteña. La burguesía joven vive más bien en Palermo. Por lo menos los menos convencionales. Desde hace unos años, los ricos argentinos (cada vez más numerosos a medida que hay cada vez más pobres en el país) se van más bien a vivir en Puerto Madero, ese nuevo barrio construido frente a los antiguos galpones transformados en restaurantes de lujo, del otro lado de los estanques.
          Los ancianos se quedaron en La Recoleta. Más exactamente dentro del islote formado por las avenidas Callao, Pueyrredón, Libertador y Las Heras. La Biela siendo el centro exacto del islote. Y el punto de encuentro de la ancianidad acomodada, lectora de Clarín y votando para la derecha conservadora. Así se entiende mejor por qué a Borges le gustaba tanto el lugar.

La sala – foto PV

          Sin embargo no es para provocar que abro el pequeño libro que compre en el Ateneo y empiezo a leerlo. Se trata de “Profetas del odio”, no el de Jauretche sino el de un tal Aníbal Fernández, antiguamente secretario de la presidencia durante el mandato de Cristina Kirchner. Cristina, la bruja mala de los viejos burgueses de La Recoleta. No sé si los ancianos sentados a nuestro lado conocen a Aníbal Fernández. El libro apunta hacía algunas obsesiones de los medios políticos y periodísticos de la derecha argentina. Es un libro muy peronista, más: un libro kirchnerista. Y queda claro que los ancianos de al lado odian a los kirchneristas. Porque acabamos de oír a uno de ellos preguntando a sus contertulios: “¿Sabéis lo que resulta del encuentro entre un kirchnerista y Francisco 1°?” … “Un ñoqui de papa”. Un chiste muy derechista, pero que nos hace mucha gracia.
(Cabe aclarar que en Argentina, durante el mandato de Mauricio Macri, llamaron “ñoquis” a los supuestos funcionarios de sobra – nombrados bajo el kirchnerismo – en la administración pública).

San Telmo (En español)

Escrito el 5 de enero de 2020

           Pasé la mañana de ayer en San Telmo. Me asombra lo que produce en mi mente, cada vez que lo visito, ese barrio. Desde un principio, me enamoré, como dicen en los malos documentales. Para mí representa el alma de la ciudad de Buenos Aires, el núcleo espiritual. No por casualidad: es uno de los barrios más antiguos, que conoció las grandes olas de inmigración de los años 1890-1910. En la época era un barrio tanto popular como cosmopolita, con sus conventillos (casas de dos o tres pisos cuyos departamentos minúsculos daban en una galería cercando un patio interior) donde se amontonaban los europeos que acababan de llegar en barcos, la mayoría españoles e italianos.
          Antes de estas olas de inmigración, vivían acá los porteños más acomodados: San Telmo era un barrio más bien residencial. Todavía se nota Me parece que es esta doble identidad – barrio acomodado, luego barrio muy pobre – que le procura este alma especial y emblemático. San Telmo es como un concentrado de épocas y poblaciones muy distintas. Pero de todo eso no queda casi nada: ni de la primera época, ni de la segunda. Como lo que ocurrió con el barrio de Montmartre en Paris, San Telmo se volvió un museo al aire libre. Uno puede andar en sus calles (muchas guardaron sus antiguos adoquines), es difícil imaginar gente de verdad viviendo acá, por lo menos en el corazón del barrio, rectángulo formado por la avenida Belgrano, la plaza Dorrego, y las calles Piedras y Defensa. No se ven muchas tiendas tradicionales en esta zona, donde pululan las tiendas para turistas. En eso el mercado es emblemático: no se ven muchos puestos de comercio de viandas, la mayor parte del espacio estando ocupado por puestos de antigüedades y de comida rápida y barata “típica”. O sea que se destina a un público muy particular.en fachadas antiguas, aunque con el tiempo esas casas se volvieron bastante destartaladas. La epidemia de fiebre amarilla (1871) cambió del todo el universo demográfico del barrio.

En San Telmo, vestigio de una época desaparecida… – Foto PV

          Me parece que es esta doble identidad – barrio acomodado, luego barrio muy pobre – que le procura este alma especial y emblemático. San Telmo es como un concentrado de épocas y poblaciones muy distintas. Pero de todo eso no queda casi nada: ni de la primera época, ni de la segunda. Como lo que ocurrió con el barrio de Montmartre en Paris, San Telmo se volvió un museo al aire libre. Uno puede andar en sus calles (muchas guardaron sus antiguos adoquines), es difícil imaginar gente de verdad viviendo acá, por lo menos en el corazón del barrio, rectángulo formado por la avenida Belgrano, la plaza Dorrego, y las calles Piedras y Defensa. No se ven muchas tiendas tradicionales en esta zona, donde pululan las tiendas para turistas. En eso el mercado es emblemático: no se ven muchos puestos de comercio de viandas, la mayor parte del espacio estando ocupado por puestos de antigüedades y de comida rápida y barata “típica”. O sea que se destina a un público muy particular.

El mercado – foto PV- 2020

          Ayer me dejé llevar por el instinto turístico, y me acerqué a uno de estos puestos. No tenía sillas, ni mesas, solo una barra por sus tres lados, con sillas altas. Encontré un sitio en la única que quedaba libre, y esperé a que me atendieran leyendo la carta del menú. Se trataba de un puesto de choripanes: algo parecido al perro caliente, pero en vez de la salchicha de plástico tradicional, ponen unos chorizos muy gordos. Bueno, no exactamente chorizo, quiero decir, lo que nosotros franceses solemos conocer bajo este nombre. No, acá se trata de otra salchicha, que puede ser de cerdo o de cordero. Y añaden, según el gusto del cliente, salsa, cebolla, lechuga, rúcula (a los argentinos les gusta sobremanera la rúcula) etc…
          Como es de costumbre en Argentina, el cliente tiene que tener mucha paciencia. Me llevaron el vaso de vino muy rápido, pero luego tuve tiempo para tragarlo todo antes de que me llevaran el tan esperado choripán. Cabe admitir que es una garantía de calidad: asen los chorizos a medida de los pedidos. Me gustó mucho. Pero comer así solo frente a la barra, escuchando las conversaciones alrededor – y escuchar no significa entender, a lo mejor se oye un bullicio confuso – no favorece el deseo de prolongar el almuerzo. Supongo que otro turista menos tímido hubiera entablado conversación con su vecino, pero eso es algo casi imposible para mí.
          San Telmo-Montmartre. Supongo que es mi apetencia para la historia que motiva mi amor por estos dos barrios, pese a que se volvieron sólo trampas para turistas. También es que, detrás de esos disfraces bastante nuevos, no es muy difícil encontrar la esencia antigua y evocar, aunque sea sólo en su mente, lo que fueron antes de volverse museos: los testigos de una gran historia popular. De todos modos, me parece imposible visitar las dos capitales sin pasar por sus calles por lo menos una vez.

Foto PV – 2008

Villas miseria

Rédigé le 28 janvier 2020

          L’autre jour, du côté de la Faculté de droit, en bas de Recoleta, le quartier où j’habite, à deux pas d’un des sites les plus fréquentés par les touristes, un Australien de 67 ans faisait son jogging, vers 6 h 30 du matin, lorsqu’il a été violemment agressé par un jeune qui en voulait à son portable. Un coup de couteau de cuisine en plein cœur, il est dans le coma. (Au jour où nous publions cet article, il est malheureusement décédé).

          Mon ami Patrick et moi, il y a trois ans, avions été également agressés au même endroit, cette fois dans l’enceinte même de la Faculté, dont nous visitions le hall monumental. On était en pleine journée, mais le lieu, guère remarquable en fait, était totalement désert. Agression bien moins grave. Nous avons senti de l’humidité dans notre dos, un type est arrivé et nous a fait remarquer que nos vêtements étaient souillés. Nous avons immédiatement pensé à de la fiente de pigeons, nombreux dans les parages, et le type nous a indiqué des toilettes proches et a proposé de nous aider à nettoyer nos vêtements. Heureusement, Patrick a remarqué que pendant ce temps – nous avions ôté nos vestes et le type aidait à y passer des serviettes en papier mouillées – il nous faisait joyeusement les poches. Lorsque je l’ai approché, il a eu peur, et j’ai repris mon portefeuille qu’il dissimulait sous des papiers. Nous l’avons viré avec perte et fracas, mais sans plus. D’une part, nous ne voulions pas nous mettre dans les ennuis, d’autre part, rien ne prouvait qu’il ne serait pas revenu avec des copains. Bien entendu, c’était lui qui nous avait lancé le produit nauséabond sur les vêtements, probablement au moyen d’une seringue. Une technique, avons-nous appris plus tard, en vogue à l’époque.

          Tout ça pour dire que ce secteur n’est donc pas très sûr. Normal, m’a expliqué mon ami Benito : la Faculté de droit est située juste en face de la villa miseria n°31, de l’autre côté de la voie ferrée :

T = centre touristique

          On connait mieux le terme de villa miseria dans sa traduction brésilienne : favela. Au Chili, on dit « chabola ». Et chez nous, « bidonville ». Le numéro n’a rien à voir avec le nombre de « villas » existant dans l’enceinte de la ville. Il n’y en a pas autant, heureusement. Il existe deux explications à cette histoire de numéro : soit il s’agirait d’un numéro cadastral, soit du numéro correspondant à l’ordre de création du bidonville à travers l’histoire, les premiers datant des années 30 (période où l’immigration venue de l’extérieur est remplacée par celle venue de l’intérieur) et beaucoup ayant donc disparu depuis. Il en reste un peu plus d’une dizaine aujourd’hui.

           A Buenos Aires, ce sont de véritables villes dans la ville. Au fil du temps, les maisons au début précaires, faites de matériaux les plus divers, ont fini peu à peu par céder la place à des constructions plus solides, en briques, en parpaings, en bois ou en tôle. Certaines prennent même de la hauteur ! Totalement dépassé, l’Etat n’a jamais pu réussir, au cours de l’histoire, à se débarrasser de ces stigmates, faute de solution de relogement décent. Alors il s’adapte : les « villas » possèdent un service minimum de distribution d’eau, et on ferme les yeux sur le détournement du système électrique.

Photo Commons wikimedia

          Ces cités ont fini par former de véritables communautés organisées, avec leurs propres règles. Ainsi, le nouvel arrivant doit se plier aux conditions d’installation fixées par les occupants actuels. Ce sont également des cités fermées : le non résident qui décide de les traverser le fait à ses risques et périls, les « étrangers » étant vus comme des intrus. Ou pire, comme des voyeurs. Car les habitants tiennent à une certaine dignité, et détestent être vus comme des bêtes curieuses. Pauvres parmi les pauvres, ils sont venus pour la plupart des provinces de l’intérieur, pour fuir le chômage et tenter de se faire une place dans la société portègne. On les surnomme, non sans mépris « grasas », ou « negros », en référence à leur teint mat et leurs cheveux sombres et d’aspect graisseux : la grande majorité vient des provinces du nord, ou des pays limitrophes, et beaucoup sont d’ascendance indienne.
          Naturellement, il y a eu des tentatives pour en finir avec ces bidonvilles. Dans les années soixante, les gouvernements militaires ont ainsi créé des « Noyaux d’habitation transitoires ». Mais non seulement les habitations construites ne suffirent pas à reloger l’énorme population précaire (près de 300 000 personnes en 1966), mais elles étaient encore plus indignes que celles construites par les « villeros » eux-mêmes : une moyenne de 14 m² par famille, pas de salle de bain, pas de carrelage au sol, etc… En somme, on a construit des bidonvilles à côté des bidonvilles.
Aujourd’hui, ces zones de précarité se sont installées dans l’espace et dans le temps. Elles font partie d’un décor qu’on regarde de loin, ou qu’on préfère ignorer. Ce sont des cités dans la cité, où les gens vivent presque normalement, ont parfois un travail (précaire lui aussi), une voiture, leurs propres commerces. Les enfants vont à l’école publique. Ce qui entraine par force une certaine mixité sociale : ainsi les écoles publiques de La Recoleta, quartier chic par excellence, accueillent les enfants de la villa 31 ! Ce qui ne va pas sans frictions. Et bien entendu, la « bonne société » envoie ses propres enfants dans le privé.
          J’ai lu dans le journal de ce matin que l’état venait d’installer une grande partie des locaux du ministère de l’éducation en bordure de la Villa 31. Le personnel n’a pas l’air très heureux de ce changement. Outre le problème du transport, il pose celui de l’insécurité. Les gens des villas ne sont pas plus délinquants que les autres. C’est simplement une question de concentration de pauvreté dans un même périmètre. Et de consommation de drogue, aussi, assez élevée parmi les jeunes des villas. Les villeros ne demanderaient pas mieux que de s’intégrer dans le tissu social portègne. Mais ils sont coincés. Tout le monde est coincé : eux, l’Etat qui n’a pas les moyens de résoudre le problème à brève échéance (ni à longue échéance non plus), les voisins des villas qui subissent un environnement difficile et conflictuel. Toute la société est concernée, mais personne ne fait rien. L’éternel fatalisme argentin.

Pour aller plus loin :

Les villas miseria de Buenos Aires (article en français)
http://www.petitherge.com/article-les-villas-miseria-de-buenos-aires-113282972.html

El bajo Belgrano : del barrio de Las latas a la villa 30 (En espagnol)
https://rdu.unc.edu.ar/bitstream/handle/11086/13231/snitcofcky_eje%202.pdf?sequence=34&isAllowed=y

Los origenes de los barrios precarios en la ciudad (En espagnol)
http://www.solesdigital.com.ar/sociedad/historia_villas_1.htm

Ainsi que sur ce même blog, la nouvelle “Le bon docteur Santamans” (En deux versions)
https://argentineceleste.2cbl.fr/le-bon-docteur-santamans-2/

Kioscos

Rédigé le 28 janvier 2020

          Parmi tous les lieux les plus « typiquement argentins » qu’on peut rencontrer en visitant Buenos Aires, boîtes à tango, bars anciens, théâtres de l’avenue Corrientes, restaurants « tenedor libre » , il en est un qui, lui, ne se retrouve vraiment nulle part ailleurs, et me semble-t-il, n’a jamais été copié à l’étranger. Je veux parler du « kiosco ». Tout le monde sait ce qu’est un kiosque. Chez nous en France, il désigne généralement deux choses bien distinctes : feu le kiosque à musique, pratiquement disparu ou, lorsqu’il en reste, classé monument historique, et le très parisien kiosque à journaux. Acception également espagnole, ce dernier. Ici, les journaux se vendent également –et exclusivement – sur le trottoir, mais ces « kiosques » là sont désignés par le terme plus général de « puesto », stand.
          A Buenos Aires, le « kiosco », c’est tout autre chose. Et c’est probablement le commerce le plus répandu à travers la ville : il en existe un au minimum par cuadra, parfois davantage. Autrement dit, pratiquement un tous les 150 mètres.
          C’est petit, c’est entièrement ouvert sur la rue, et ils ont pratiquement tous la même disposition intérieure : en entrant à gauche ou à droite, un large présentoir en arc de cercle, sur l’autre mur, une étagère, et au fond, des armoires réfrigérantes pour les boissons.
          Ils vendent tous les mêmes produits : des cochonneries, exclusivement. Barres chocolatées, paquets de chips, chewing-gum, paquets de biscuits, bonbons, sodas, bières, petits bibelots. Parfois, de l’herbe à maté ou des objets pratiques, comme des piles ou des porte-clés. Rien de volumineux, jamais : rien que du « petit produit », pas cher. Certains abritent également une machine permettant de recharger sa carte de transport.

Deux exemples. Une chaine n’hésite pas à proclamer une ouverture de 25 h par jour !

          Mais les « kioscos » ne sont pas que des postes de vente. Je me suis rapidement aperçu qu’ils étaient également des lieux de rencontres et de réunions. Le policier en faction dans la rue ne s’en tient jamais très loin, et y entre fréquemment pour bavarder avec le vendeur. Sans doute cela lui permet-il de prendre le pouls du quartier, ou d’apprendre les derniers potins. Les petits vieux font semblant d’avoir besoin d’une tablette de « chicle » (chewing-gum) pour venir retrouver un copain, et, en peu de temps, un autre arrive, puis un autre, et une réunion se monte qui se met à commenter l’actualité.
          Il doit y avoir une entente avec les compagnies de bus, à voir le nombre d’arrêts fixés devant ces postes. Ainsi, l’attente du « colectivo » parfois longue sur certaines lignes, fait marcher le commerce.
          Je me suis demandé cependant si, eut égard au type de marchandises vendues là-dedans, et à l’extrême concurrence existant dans la ville, ce genre de commerce pouvait avoir une quelconque rentabilité. Il paraitrait que oui. Je le crois volontiers, ils ne seraient pas si nombreux sans cela.
          Ceci étant, c’est au prix d’un travail d’esclave. Les horaires ont une amplitude extraordinaire, certains sont même ouverts 24h/24 ! Mais c’est le lot de la plupart du commerce portègne, resté très artisanal. Un autre commerce à grande diffusion, ce sont par exemple les marchands de fruits et légumes. Il y en a pratiquement autant que de kioscos. Ils ouvrent de 7 h à 21 h, quelquefois même plus tard. Idem pour les petites épiceries (les « shoppings », comme ils les appellent ici en bon espagnol), souvent tenues par des asiatiques. On trouve quelques supérettes, type Carrefour market : celles-là ouvrent aussi 24h/24, dimanche compris. Aucun risque de tomber en panne. Moi, en bon Français, je m’arrange toujours pour avoir de quoi pour passer le dimanche, je me refuse à faire des courses ce jour-là. Quand je le dis, on me regarde avec un étonnement mêlé de respect. Ici, nous autres Français, sommes considérés comme des gens « qui ne se laissent pas faire », et savent imposer des règles aux « dominants ». Toute la question est de savoir si ce sont eux qui vont parvenir à s’aligner sur notre modèle, ou si c’est nous qui marchons à grands pas vers le leur. Là-dessus, j’ai quelques inquiétudes.
          Un autre étonnement, qui a une lointaine, mais certaine relation avec ce qui précède. Vu le nombre de propositions de « mal bouffe » qu’on peut trouver ici (les kioscos, leurs paquets de chips, leurs sucreries et leurs énormes bouteilles de sodas de toutes saveurs et de toutes couleurs, mais également les restaurants de bouffe rapide, les postes à pizzas et à empanadas, etc…) je m’attendais à voir une population proportionnellement plus obèse. Que nenni. A première vue, l’immense majorité des Argentins rencontrés ont la ligne. Il y a bien sûr des exceptions. Et comme souvent, ces exceptions proclament une évidente pauvreté. Le tour de taille est, ici comme ailleurs, inversement proportionnel à la grosseur du portefeuille. Pas besoin de m’étaler sur les causes de ce phénomène, elles sont abondamment commentées partout. Ce qui me frappe également, c’est que les lieux de mal bouffe, pour la plupart, portent des noms anglais. Comme chez nous. Pêle-mêle : Whoopies, Monday, Kentucky’s (et même pas « fried chicken »), Dean and Dennys, The Burger Joint, The Burger Company, et je ne parle pas des McDo, Burger King et consorts, aussi nombreux que chez nous.
          Décidément, anglophonie ne rime toujours pas avec gastronomie. On me dira que je suis anglophobe. Calomnies. La seule pensée des magnifiques repas pris dans les pubs du nord de l’Angleterre avec mon beau-frère, qui y vit, me provoque une irrépressible nostalgie. Là-bas, les noms de Black bull, George and Dragon, Royal Oak me font venir l’eau à la bouche. Mais l’Angleterre n’est pas les Etats-Unis. Et l’Argentine, c’est d’abord et avant tout, un pays…américain. Et bien entendu, le Coca est roi. Moins qu’au Chili, mais quand même. Il accompagne davantage les repas que le vin, dont les Argentins sont pourtant si fiers. Le Coca, et le Fanta de notre enfance. Il existe toujours, mais naturellement, maintenant, c’est une marque… de Coca-Cola Company ! Mon eau gazeuse elle, a beau s’appeler Villavicencio, c’est une marque de Danone ! L’Amérique latine est très perméable aux multinationales, mais ça n’a rien de nouveau. C’est même à cette emprise qu’elle doit bien des dictatures.
          Mais heureusement, Buenos Aires est également une ville remplie de beaux, et bons endroits gastronomiques. Et très accessibles pour nos portefeuilles européens. Promis, j’en dresserai une liste à l’occasion !

J’en ai trouvé un (presque) à mon nom ! Mais malgré son fier « maxi », il est tout petit ! – Photo PV

Cimetières portègnes : La Recoleta

Rédigé le 17 janvier 2020

Entrée du cimetière de La Recoleta – Photo PR

          Certains, portés sur la psychologie de comptoir, verront peut-être là un plaisir morbide, ou à tout le moins une attirance un tantinet nécrophage. Aussi loin que remontent mes souvenirs, j’ai pourtant toujours aimé visiter les cimetières, et je n’en éprouve aucune sorte de honte, et encore moins de sentiment de perversité mal placée. Les cimetières sont, de mon point de vue, des endroits de promenades largement aussi agréables, et bien plus instructifs, que les parcs publics, avec lesquels ils partagent de nombreux points communs.
          Car les cimetières ne sont pas seulement des lieux de verdure, d’ombrages et d’allées bien dessinées comme le sont également les parcs publics. Ils offrent en plus l’avantage d’une relative tranquillité (pas de chiens, pas de pique-niqueurs, pas de joueurs de ballon ou de joggeurs courant en tous sens), d’une parfaite sérénité et, surtout, nous offrent, pour peu qu’on sache faire travailler un peu son imagination, de passionnants voyages dans le temps. Ne me contrediront que ceux qui ne se sont jamais arrêtés avec émotion devant une plaque à demi effacée, portant le nom d’un ou une parfait(e) inconnu(e), ayant vécu au siècle passé. Qui était-il ? Qui était-elle ? Quel genre de personne était-ce ? Sa mort, qui a plongé les siens dans la détresse, a-t-elle pu également réjouir d’éventuels ennemis ? Quelle vie fut la sienne ? Et dans quelles circonstances est-elle morte ? Etc…
          De cela, à vrai dire, la lecture des plaques ne nous apprend pas grand-chose. Tous ces morts sont célébrés, honorés, aimés, regrettés. Ils sont tous été formidables. Tel ce Francisco Ceballos, ancien président d’un club de polo, mort en 1948, « Archétype de l’ami fidèle, au grand cœur duquel ceux qui eurent le privilège de jouir de son amitié dédient cette plaque ». Les « souvenirs et regrets éternels », les serments de mémoire indestructible, les chagrins inconsolables abondent, quelle qu’ait pu être, par ailleurs, la véritable nature de l’être pleuré. C’est ce qu’il y a de bien avec la mort : elle nous permet d’atteindre enfin une certaine perfection, aussi bien physique que morale. Quel heureux père que cet Alfredo Simon Roman (1915-1987), au sujet duquel la famille réunie autour de sa dépouille évoque « Papa, notre meilleur ami, qui sut à travers notre indissociable relation être un compagnon inséparable, dont l’exemple et la grandeur des principes nous font honneur et restera comme un indestructible héritage familial. Ton empreinte nous marquera pour toujours d’un profond sentiment et d’une infinie vénération » ! Pourtant, entre les lignes, n’est-il pas possible d’entrevoir un homme, justement, à principes, et, en conséquence, un brin rigide et peu enclin à la permissivité ? J’extrapole peut-être, mais la lecture de ce texte m’a laissé cette impression, celle d’un homme sans doute aimant, mais probablement sévère et dont les décisions ne se discutaient pas. Exemple, grandeur des principes, indissociable relation, vénération, cela sent son vrai « chef » de famille tenant bien son troupeau. Non ?
          Mais certaines tombes sont néanmoins parfois plus évocatrices, et nous permettent un petit voyage à travers une Histoire plus connue, avec grand H. Tel ce Guillermo Zapiola (1826-1871), médecin de son état, et mort en soignant les malades de la grande fièvre jaune de 1871, celle-là même qui a décimé tout le quartier de San Telmo, et l’a presque vidé de sa population. Ou encore Emma Nicolay de Caprile (1842-1884), Américaine d’origine hongroise et qui fut la fondatrice de la première Ecole Normale de jeunes filles d’Argentine. Une pionnière.

Allée centrale de La Recoleta – Photo PR

          Le pompon historique est décroché par la tombe de Pedro Aramburu, qui trône majestueusement en plein milieu de l’allée principale. Je ne sais pas ce qui lui vaut cet honneur insigne, quand on compare sa tombe avec la modestie de celle d’Eva Perón, coincée dans une allée étroite, ou celle du président Irigoyen, perdue tout au bout du cimetière contre le mur du fond. Ces deux personnages ont pourtant autrement marqué l’histoire argentine que ne l’a fait le général Aramburu, dont les seuls mérites auront été d’avoir participé au coup d’état contre Perón en 1955, de s’être imposé comme dictateur de fait jusqu’en 1958, et d’avoir été assassiné par des guérilleros gauchistes en 1970. Un vrai « milico », comme on appelle ici les militaires d’extrême-droite. Qui n’a pas hésité à faire fusiller son meilleur ami, le général Valle, pour convenances personnelles. Ultra catholique, ami des grands patrons et des grandes entreprises étrangères, briseur de syndicats, ne tolérant aucune forme d’opposition. Eh bien pourtant sur sa tombe, on n’a pas hésité à graver deux citations édifiantes du grand homme. La première assène que « seul le peuple est source légitime de pouvoir, et son autorité s’affirme dans la justice et se perd dans l’arbitraire ». Tous ceux qu’il a fait encaserner, et exécuter, sans jugement, doivent apprécier. La seconde affirme que « le progrès, fondement du bien-être, est l’œuvre des peuples et le produit de la richesse distribuée équitablement ». Un dictateur qui n’a eu de cesse de détourner l’argent public au profit des grandes familles, remparts contre le « communisme » !

Tombe d’Eva Duarte-Perón – Cimetière de La Recoleta – Photo PV

          Tous les personnages précités ont leur tombe au fameux cimetière de La Recoleta, le Père Lachaise portègne. Le cimetière des célébrités, où sont enterrés pas moins de 20 présidents, une flopée d’écrivains célèbres, toute une armée de généraux (les vainqueurs, uniquement), et un vaste club de chefs d’entreprises et membres du très sélect Jockey-club. Il y a un autre grand cimetière à Buenos Aires, moins visité, car plus « populaire », au sens plébéien du terme : La Chacarita. Beaucoup plus grand, et à mon avis, bien plus émouvant dans son anonymat. Les seules « célébrités » sont d’ailleurs des artistes populaires, chanteurs de tango (dont Gardel) ou poètes oubliés, comme Alfonsina Storni. Mais ils sont rares. Et difficiles à localiser : contrairement à La Recoleta, la Chacarita ne fournit pas de plan de situation.
          Il en va ainsi des cimetières comme des parcs publics : ils sont aussi des marqueurs sociaux.

Cimetière de La Chacarita – Photo PV

La Manzana de las Luces

Ecrit le 15 janvier 2020

          Ce mercredi 15 janvier, j’avais décidé d’aller visiter le musée de la ville, qui se trouve à San Telmo. Ce jour-là, parce que, c’était écrit sur le site, le mercredi, c’est gratuit !
          Bonne occasion par-dessus le marché pour retourner manger un choripán au stand du marché couvert ! Cette fois, j’ai pris un « diablo », un choripán accompagné de poireaux grillés. Très bon. Mais j’ai vu qu’ils en proposaient un (chorizo de mouton celui-là) accompagné de poire et de fromage bleu ! Bon prétexte pour revenir une troisième fois  !
          Porte close au musée ! Le site ne parlait portant pas de fermeture exceptionnelle, et il n’y avait pas non plus de pancarte sur la porte. C’était allumé, par la vitre j’ai aperçu un type dans une salle, je lui ai fait coucou, et il m’a répondu négativement, d’un air sévère. Aucune explication. J’ai donc poursuivi jusqu’à la « Manzana de las luces », tout à côté, et lieu « remarquable » mentionné dans les guides. A l’accueil, on m’a fait l’article sur les raisons du nom du lieu. Manzana, parce que l’endroit en occupe une entière, délimitée par quatre rues formant rectangle. Une manzana ici, c’est un pâté de maisons chez nous, quoi. « De las luces », en référence aux Lumières, m’a-t-on dit. Les nôtres, celle de Rousseau, Voltaire, Montesquieu et consorts. Paradoxalement cependant, le lieu a été fondé par des jésuites. Lumières peut-être, mais moins laïques que les nôtres. Ceci dit, l’endroit constitue aussi la première université d’Argentine, et le premier musée des sciences. A la base, c’était le siège de la « procuration » jésuite de Buenos Aires. Une succursale argentine de la Compagnie de Jésus, dont le siège principal était situé, lui, au cœur des « missions » jésuites. Elle servait à la fois d’entrepôt de marchandises venues des missions, de lieu d’accueil pour les ouvriers guaranis qu’on employait sur des chantiers dans la ville, d’école, de résidence administrative …. Bref, un lieu largement multifonctionnel. Aujourd’hui, il est assez largement en ruines. Ou du moins, il ne sert plus à rien. On visite des salles et des cours totalement vides. Un lieu un peu fantôme, qui accueille parfois des expositions temporaires d’art moderne, comme c’était le cas aujourd’hui. De même, son aspect ne correspond plus vraiment à celui qu’il avait au début. Comme le dit le panneau ci-dessous, avec le passage du temps et des époques, il a beaucoup évolué. Difficile de s’en faire une idée précise avec ce qu’on en voit maintenant.

Photo PV

          Je traduis les deux derniers paragraphes, ils en valent la peine :

          La Manzana de las Luces est en permanente reconstruction. Aucune construction n’est linéaire, tout comme il n’existe pas de lumière sans obscurité. La Manzana est également faite de tensions, de conflits et parfois d’événements violents, comme par exemple ceux qui conduisirent à l’expulsion des jésuites en 1767 ou de la communauté universitaire deux siècles plus tard.
          Nos propres pas déposent également des couches de temps. Ceci est une invitation à parcourir cet espace et son histoire, en nous laissant imprégner de ses clairs-obscurs. Attentifs aux lumières et aux ombres, nous le parcourons comme un anti-monument, une pièce de marbre en cours de façonnage. Un lieu qui, sans grande scénarisation ni mise en scène, a beaucoup à nous dire sur nous-mêmes ici et maintenant.

          On ne saurait mieux nous dire : débrouillez-vous avec votre imagination ! Non ? C’est joliment tourné, mais je trouve ça un brin faux-jeton.

          Bon, en amateur d’histoire contemporaine argentine, ça m’a ému quand même de savoir que c’est ici qu’avait eu lieu la « nuit des longs bâtons », en 1966, lorsque la dictature d’Onganía avait décidé de mettre l’université au pas et d’en chasser les prétendus « subversifs ».

          En Europe, on aurait reconstitué l’histoire en réaménageant les espaces pour leur rendre un peu de leur aspect original, ou tout au moins, on aurait multiplié maquettes et photos pour en retrouver la mémoire. On aurait également reconstitué une certaine chronologie, pour donner au visiteur une idée de l’évolution, des transformations, des événements successifs. Ici, rien de tout cela. On nous montre l’endroit tel qu’il est devenu transformation après transformation, brut de décoffrage. A nous d’imaginer sa splendeur passée, et de le redessiner dans nos têtes. Pas fastoche. Un peu comme visiter l’église Saint Siméon à Bordeaux, à l’époque où elle n’était plus qu’un parking. Tiens, ce qui reste de l’université :

Photo PV

          C’est pas à Salamanque, autre université historique s’il en est, qu’on aurait toléré ça. Je ne résiste pas au plaisir de reproduire le petit texte du guide Petit Futé concernant le lieu :

          Construite au XVIIème siècle par les jésuites, La Manzana est un ensemble de bâtiments et de tunnels. On ne connait pas la raison exacte de la construction de ces tunnels, mais les thèses suivantes sont avancées : système de défense, transport de marchandise de contrebande ou encore cachette pour les amours interdites des patriciens de l’époque. Un site étonnant.

           Sauf que les tunnels, bernique, on n’en voit rien du tout : la visite est limitée au rez-de chaussée.
           Voilà qui m’apprendra à faire le touriste.

Expats en terrasse

Ecrit le 10 janvier 2020

Cafayate – janvier 2008 – Photo PR

          L’autre jour, je me suis trouvé assis à proximité de deux Français. A en juger par leur tenue, ils ne m’ont pas paru être des touristes. Les touristes s’habillent généralement plus décontracté, voire négligé. Eux, impeccables. L’un, chemise à fines rayures bleues et blanches, mocassins en daim.      L’autre, chemise toute blanche, style BHL. Les deux en shorts, mais attention, pas n’importe quels shorts, du short de marque, bien coupé, du genre qu’on croise à Saint Tropez ou au Cap Ferret, du short de cadre supérieur, du short d’un qu’à les moyens de se le payer.
          On me dira que ça ne suffit pas à les distinguer de touristes normaux et banals. Qu’il y a pas mal de touristes à gros moyens, surtout comme ça avec un océan entre pays d’origine et pays visité. Qu’ils constituent même la majorité. Mais les chemises, mesdames-messieurs, les chemises ! A-t-on jamais vu faire du tourisme en chemise de directeur de banque ?
De toute façon, leur conversation ne laissait guère matière à équivoque : ils parlaient affaires. Pas que je fusse en condition de tout entendre de leur conversation : il y avait derrière moi un trio de canards argentins caquetant aussi furieusement que si on venait de leur piquer leur assiette de chips. Mais suffisamment pour en comprendre le sens général : le commerce du pinard.

Bodega Diamandes, Mendoza–Historiquement propriété de la famille bordelaise Bonnie–Photo DP

          Des expats, donc, ça ne faisait pas de doute. Et l’expat Français, c’est bien logique, vient en Argentine surtout pour des projets viticoles. Les Français ont d’ailleurs raflé la mise en Argentine : ce sont eux que les viticulteurs du pays sont allés chercher en majorité. Davantage que les Espagnols ou les Italiens. Certains sont des célébrités, comme Michel Rolland, l’artisan adulé ou détesté de la Parkerisation du Bordeaux.
          L’expat, en général, ne m’est pas sympathique. Je parle de l’expat venu faire « des affaires », naturellement. Pas de ceux venus en mission, comme les enseignants et autres fonctionnaires des ambassades. Non, je parle de l’expat « privé », venu de son plein gré chercher (et trouver) des « opportunités » de se faire un maximum d’argent en un minimum de temps. Cet expat là déteste la France, pays de merde où on fait tout pour dégouter les entrepreneurs dynamiques de lancer leurs activités. Il adore ces pays étrangers où on lui déroule le tapis, où on crée son entreprise en claquant des doigts, et où, bien entendu, on ne vient pas vous ennuyer avec de sordides histoires d’impôts. Pour cet expat là, la France est un pays communiste (même dirigé par des Sarkozy ou des Macron, n’allez pas croire), où on matraque les honnêtes commerçants au lieu de mieux contrôler les assurés sociaux, de toute façon bien trop nombreux et trop grassement rétribués.
          Parce que ce qu’aime bien l’expat, c’est le prix de la main d’œuvre à l’étranger. C’est aussi pour ça qu’il a choisi d’aller monter son affaire ailleurs : l’employé est bien moins cher, et surtout revendique peu. L’Argentine n’est pas forcément le meilleur exemple, les syndicats y étant nombreux, historiquement anciens, et relativement puissants. Mais avec un salaire moyen de moins de 500€, ça reste un pays « raisonnable » pour l’expat Français. Et qui coûte bien moins cher en sécu et en cotisations de retraites. Pour rien au monde, l’expat ne reviendra en France. Il ne regrette pas son appartement de 6 pièces aux Chartrons ou sa maison à Saint Cloud : ici, il a pu s’acheter un appartement gigantesque pour 5 fois moins cher (A Recoleta, un appartement de 4 pièces se négocie à 300 000 dollars, 270 000€), et une villégiature à Tigre, archipel paradisiaque au milieu du delta du Paraná. De toute façon, naturellement, il a gardé sa maison de famille à Arcachon. Ou Nice. Ou Biarritz. Il y revient de temps en temps, pour constater que la France, décidément, ne change pas. Et pour plaindre les frileux qui, contrairement à lui, n’ont pas eu les c…. de se faire la malle une bonne fois.
          Alors, que, « Putain, ici, on peut se faire un fric, je te raconte pas ».

Carrefour market – La Recoleta – Buenos Aires – Photo DP