Expatriados en la terraza

Escrito el 10 de enero de 2020

Cafayate – enero de 2008 – Foto PR

          El otro día estaba sentado en una terraza cerca de dos franceses. Por la ropa que lucían, no parecían realmente turistas. Los turistas por lo general van vestidos con menos esmero, con menos cuidado. Esos dos, impecables. El primero llevaba puesta una camisa de rayas azules y blancas, y mocasines de ante. El segundo, una camisa inmaculada, al estilo del filosofo francés Bernard-Henri Levy. Los dos llevaban cortes, pero ojo, no cortes cualquieras, cortes de marca, cortes bien hechos, como los que se pueden ver en Saint-Tropez o el Cap-Ferret (Balnearios muy selectos de Francia), cortes de ejecutivos, cortes de alguien muy acomodado.
          Me dirán que eso no basta para distinguirlos de los turistas comunes. Que el turista acomodado es una raza que pulula, especialmente cuando uno cruza un océano entero para viajar. Que esta raza es más bien mayoritaria. Pero las camisas, señores y señoras, ¡las camisas! ¿Quién ha visto un turista viajar llevando puesto una camisa de director de banco?
          De todos modos, lo que decían no dejaba lugar a dudas: hablaban de negocio. Bueno, no estaba tampoco en condiciones de oír perfectamente su conversación: detrás de mí una pandilla de patitos argentinos cacareaba con tanta furia como si alguien acabara de robarles el plato de chips. Pero pude oír lo suficiente como para entender el sentido general de lo que estaban diciendo: hablaban del negocio del vino.

Bodega Diamandes, Mendoza – Propiedad histórica de la familia francesa Bonnie – Foto DP

          O sea que expatriados, sin lugar a dudas. Y el expatriado francés como es lógico, viene en Argentina ante todo para proyectos vitícolas. Los franceses ganaron la primera manga: es a ellos a quienes los argentinos fueron a buscar para ayudarlos a desarrollar ese sector, más que españoles o italianos. Algunos son ya auténticas estrellas, como Michel Rolland, el artífice adulado u odiado de la llamada “parkerización” del vino de Burdeos.
Por lo general, no me gusta el expatriado. Hablo del expatriado hombre de negocio, claro. No de los que vienen mandados por el estado, funcionarios de embajadas o docentes. Hablo del expatriado “privado”, el que vino por su propia voluntad para buscar (y encontrar) “oportunidades” de acumular una cantidad de pasta máxima en un tiempo mínimo. Ese expatriado odia a Francia, un país de mierda donde la administración lo hace todo para disuadir a los empresarios más dinámicos de montar sus proyectos. Adora a estos países donde le reciben con alfombra roja, donde se puede crear una empresa en un chasquido de dedos, y, cómo no, donde nadie le viene a molestar con la cantinela de los impuestos. Este expatriado considera Francia un país comunista (incluso cuando lo dirigen un Sarkozy o un Macron), donde se acosa a los comerciantes honrados en vez de controlar mejor a los beneficiados de las medidas sociales, beneficiados demasiado numerosos y demasiado pagados.
          Porque lo que le gusta más al expatriado en el extranjero, es lo barato que sale la mano de obra. Por eso eligió montar su proyecto más allá de sus fronteras: el personal cuesta mucho menos y reivindica poco. Argentina no siendo el mejor ejemplo, ya que tiene sindicatos numerosos, antiguos y bastante fuertes. Pero con un sueldo medio de menos de 500 euros, Argentina sigue siendo un país atractivo para el expatriado francés. Y mucho menos costoso en lo que se refiere a los gastos sociales, seguridad social y pensiones. Nada ni nadie podría decidirle a volver a Francia. No echa de menos a su departamento de seis ambientes en el barrio de Chartrons en Burdeos o en Saint-Cloud cerca de Paris. Acá pudo comprar uno mucho más grande por una cantidad muy inferior. En Recoleta para un departamento de cuatro ambientes te cobran 300 000 dólares, más o menos 270 000 euros. Incluso pudo comprarse una casa en Tigre, archipiélago selecto del delta del Paraná. De todas maneras todavía posee una casa de familia en Arcachon. O en Niza. O en Biarritz. Vuelve de vez en cuando a veranear, y para comprobar que Francia, decididamente, no cambia. Y para burlarse de los frioleros que, no como él, no tienen los coj… de marcharse de una vez. Cuando acá, carajo, “¡se puede amasar una pasta, no te cuento!”.

Carrefour market – La Recoleta – Buenos Aires – Foto DP

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