Escrito el 22 de enero de 2020
Es LA pregunta, cuando me interrogan sobre mi pasión por la capital argentina. Y ya que no me gusta, cuando se me hace una pregunta, no saber qué contestar, tengo la respuesta preparada. ¿Lo que me gusta de Buenos Aires? Su alma, su ambiente, su atmósfera.
Ya. O sea, la típica respuesta cursi, la fórmula rimbombante por excelencia. El alma, la atmósfera, esas palabras tan vacías que uno puede llenarlas con todo lo que le viene a la gana. Hay lugar. Pero sin embargo… Sí que hay algo en el aire, en la atmósfera, algo difícil de describir, pero que hace de Buenos Aires una ciudad que no se parece a ninguna otra, bueno, dentro de las que ya visité, en Francia o en otros países. Ya, ¿y entonces? ¿Qué? ¿Qué es lo que se puede entender detrás de esas palabras?
Me lo pregunto. Ya que en realidad, por qué amo esta ciudad, si me paro un rato a reflexionar, en absoluto no lo sé. Si me paro un rato a reflexionar, si me paro cinco minutos para medir sus encantos, lo que veo primero son sus defectos. Dicho de manera desordenada: es una ciudad demasiado grande, ruidosa, mal cuidada, anárquica, imposible de entender para el viajero ocasional, hasta puede presentar un ambiente hostil a veces, en ciertos barrios a ciertas horas. Al contrario de otras capitales más valoradas, como Paris o Londres, muestra una cara totalmente disonante en cuanto a la arquitectura. Permitieron los peores atentados al buen gusto, el vandalismo más salvaje contra la historia, justificaron, hasta alentaron destrucciones irreparables contra edificios que nunca más podrán testificar del pasado sin embargo tan apasionante de esta ciudad.
Tomemos de ejemplo el barrio que mejor conozco puesto que resido aquí cuando voy a Argentina: La Recoleta. Leer las guías, ver los documentales, siempre sale el mismo refrán: Recoleta es “el barrio más parisino de Buenos Aires”. Bueno, no es que sea totalmente falso. Recoleta es más parisino que San Nicolás, La Boca, Palermo, Balvanera… eso sí. Y mucho. Pero hay que relativizar un poco. Depende de lo que uno entiende por “parisino”, claro.
El nombre del barrio viene del francés: aquí los “Recollets”, monjes franciscanos que venían de Francia, construyeron un convento a principios del siglo XVIII. Luego, hubo una ola de migración francesa entre 1840 y 1850, una década de fuerte inmigración gala. La única, puesto que la siguiente, entre 1890 y 1910 trajo sobre todo italianos, alemanes y europeos del este, sin hablar de los españoles, claro, siempre mayoritarios (Una curiosidad en cuanto a la inmigración española. Como dentro de ellos figuraba un montón de gente procedente de Galicia, permaneció el apodo: en Argentina, un inmigrante español siempre lo califican de “gallego”).
No se puede cuestionar que Francia dejo ciertas huellas arquitecturales en el barrio, que todavía se pueden notar allí o allá, como por ejemplo el Palacio Duhau o unos edificios “haussmanianos”, (del barón Haussmann, quien tanto influyo en el aspecto actual de Paris durante el reino de Napoleón III), o “art déco”, ya que esta influencia francesa se mantuvo hasta 1930, más o menos.
Pero la verdad es que Argentina es un país americano, con todas sus cualidades y todos sus defectos. Quiero decir que aquí la única regla en arquitectura, es… que no hay ninguna regla. No existe un organismo como “Bâtiments de France” en Argentina, para proteger el patrimonio arquitectural nacional.
Los años 60 (años en que, además, gobernaron sobre todo militares poco aficionados a la piedra antigua), ansiosas de encontrar espacio para la vivienda, fueron devastadoras. No se alzó nadie para defender los edificios históricos. No sólo destruyeron mucho, pero también construyeron sin reglas, tanto en lo que se refiere al estilo como en lo que se refiere a la altura o los materiales utilizados. Así poco a poco la ciudad se vuelve un mero “patchwork” de construcciones heterogéneas. Por ejemplo, avenida Callao:
Y así se podrían multiplicar los “encontronazos”.
Así que no puedo, verdaderamente, pretender que Buenos Aires sea “una ciudad linda”. Ni hablar de las veredas (cuidado con los baches y las placas que sobresalen), tampoco de los enormes contenedores de basura en plena calle, o de las avenidas repletas de coches bocinando (Buenos Aires cuenta con tan sólo una calle peatonal, la Florida). No, no es por su belleza que amo a esta ciudad. Paris, Londres, Madrid, Viena, son ciudades muchos más lindas en cuanto a su arquitectura. Ciudades cuyo patrimonio supieron preservar, y donde no se permitió a los promotores realizar masacres armados de martillos neumáticos y hormigoneras. Aunque ojo, incluso en Paris, si uno se pasea en la zona de la “Porte d’Italie”, por ejemplo, se puede constatar también como se perpetraron atentados irreparables…
Cuidado que no estoy pretendiendo que Buenos Aires ya no tiene patrimonio. Queda mucho, por suerte. Además desde una década hay una toma de consciencia, y el tiempo alegre de la fiesta destructiva parece haber terminado. Sin embargo ya es demasiado tarde para algunos tesoros desaparecidos. Se cometieron daños irreversibles. No queda nada por ejemplo de los conventillos de San Telmo, que albergaron los migrantes del fin de siglo XIX. Nada del primer puerto de la ciudad, en La Boca, convertido en teatro para turistas, con sus casas pintadas y sus falsos bares de tango (Para el tango, ir hasta Boedo, menos ostentoso pero mucho más autentico).
Bueno, entonces, ¿Acaso nos va a escupir porque te gusta tanto esta ciudad desvencijada? Exactamente eso: sus cicatrices, sus dolores, su nostalgia para una historia cuyos testigos ya fallecieron casi todos, su alma de ciudad herida, martirizada, arruinada, pero sin embargo tan viva, tan alegre, tan optimista a pesar de las brutalidades del tiempo, de la economía y de la corrupción de sus elites políticas. O sea que lo que me gusta ante todo en esta ciudad son sus habitantes, los porteños. Los que animan a su alma, que modelan su ambiente, y calientan su atmósfera.
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Para ilustrar este artículo, añadí una pequeña galería de fotos abajo. Intenté elegir unas imágenes representativas de la arquitectura porteña.
(Todas las fotos son del autor del presente artículo)
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Pequeño panorama de la arquitectura porteña:
LA RECOLETA, esquina Juncal y Talcahuano:
LA PLAZA DE MAYO. A la izquierda, el Cabildo, en frente la catedral.
Avenida Santa Fe:
SAN TELMO
Otra vez en SAN TELMO, calle San Lorenzo:
Avenida Corrientes:
Entrada al « Caminito », barrio de La Boca
En 1940 :
70 años más tarde:
LA BOCA para los turistas:
LA BOCA de los porteños:
PALERMO:
PUERTO MADERO:
La tienda inglesa Harrods, esquina de San Martín y Córdoba. Abandonada desde 1998:
PARQUE CHAS, barrio residencial en el norte de Buenos Aires:
Y para terminar, al voleo: