Escrito el 7 de enero de 2020
Quizás otros no opinarán lo mismo, pero a nosotros siempre nos sorprendió la extrema diferencia entre las dos Américas, la del norte y la del sur, en cuanto a sus destinos políticos y económicos. Esas dos partes del continente parecen dos caras totalmente opuestas de una misma moneda: inmensos territorios colonizados por los europeos. En la línea de partida, las mismas riquezas, los mismos recursos, las mismas oportunidades de desarrollo. Al final, un norte rico, desarrollado y dominante, y una parte sur que se quedó atrás, más bien subdesarrollada, y en larga medida, aceptando la tutela del vecino norteño.
¿Acaso no se podría explicar por la diferencia existente entre los modos de construcción de ambos territorios? Son los inmigrados quienes construyeron en buena parte los Estados-Unidos, a medida de su progresión hacia el oeste. La Corona inglesa por su parte se quedó en los territorios del este, y tanto su ejército como su Iglesia desempeñaron un papel secundario en la conquista del oeste. Eso puede explicar también porque los Estados-Unidos obtuvieron su independencia con bastante anticipación, en comparación con los vecinos del sur: los inmigrados representaban una entidad fuerte y legítima frente a la de la Corona.
Al contrario en el sur, España y Portugal instalaron una autoridad real muy fuerte así como muy apremiante. Las tierras conquistadas eran consideradas como propiedad exclusiva de la Corona, y esa las distribuía en prioridad a las “grandes familias”, quienes se apoderaron de la mayoría de las tierras agrícolas del subcontinente. De allí en más, esas grandes familias constituyeron una suerte de clase nacional inmutable, identificándose a la nación misma. “Somos Argentina” o “Somos Chile” suelen decir a menudo los terratenientes del cono sur. Esas familias acapararon también los puestos importantes tanto en el Ejército como en la jerarquía católica, así que se apoderaron de la casi totalidad de los medios de poder y, salvo durante unos pocos – y cortos – periodos, coparon la escena política hasta hoy. Y la copan todavía, aún cuando fuerzas opositoras lograron abrirse un pequeño espacio.
Resulta que esos países se ven más bien dirigidos por una oligarquía que descansa en los viejos esquemas de una economía agroexportadora. Generando una brecha enorme entre las clases más ricas y las clases más pobres, sin dejar posibilidad a la existencia de pasarelas entre las dos categorías, siendo las sociedades suramericanas muy “reproductoras”. Con paralelamente un inmovilismo económico tremendo: la industria está casi toda en manos extranjeras, y los servicios públicos están casi todos… bajo control de capitales privados.
Tal sociedad desigual no puede sino generar una guerra feroz entre las distintas clases sociales. Lo que explica la fragilidad del sistema democrático: cada cambio de gobierno se vive como una revancha, el tiempo de “hacerles pagar” a los vencidos su política pasada. Eso se puede observar en la actualidad por ejemplo en Brasil con la elección de Bolsonaro después de Lula, o el golpe “blando” contra Evo Morales en Bolivia (por lo menos hasta la elección de Luis Arce). Dos ejemplos en medio de varios. Pasa lo mismo con los medios de comunicación y la prensa. Acá en Argentina, esos medios son más bien militantes, y no se molestan en aparentar una objetividad que no tienen, como lo hacen nuestros propios medios en Francia. Clarín es rotundamente antiperonista, La Nación un diario decididamente conservador, y Pagina/12 apoya sin reserva a los gobiernos peronistas . Pasa igual con la tele: uno nota en seguida a que campo pertenece la o él quien está hablando. En tal contexto, ¿Cómo podría progresar el país?
Argentina lo tiene todo para volverse un país desarrollado y rico: un territorio inmenso, todos los tipos de clima, recursos agropecuarios sin límite (aunque este rubro bastante dañado por el monocultivo), riquezas en el subsuelo, una población que todavía puede crecer (tan sólo 45 millones de habitantes, o sea un millón menos que España, pero con un territorio casi seis veces más grande), un potencial turístico todavía por desarrollar, un pasado cosmopolita riquísimo, etc… Ese país tenía que volverse tan desarrollado y rico como Estados-Unidos, y al contrario, se quedó un país pobre, delicuescente, gobernado por políticos corruptos e incompetentes, a sueldo de potencias extranjeras (sobre todo estadounidenses) o, cuando gobiernan desde la izquierda, con tentaciones autocráticas.
Un país desperdiciado.