Villas Miseria (En español)

Escrito el 28 de enero de 2020

          El otro día, cerca de la Facultad de derecho, abajo del barrio de la Recoleta, donde resido, muy cerca del centro turístico, un joven agredió a un australiano de 67 años quien estaba corriendo para hacer algo de deporte. Le robó su celular después de haberle apuñalado en el corazón. El turista se quedó en coma (A la hora de publicar este artículo, ya murió el turista).
          Ya nos habían agredido a mi amigo Patrick y a mí, hace tres años, casi en el mismo lugar, o sea en el interior mismo de la facultad, cuando visitábamos el hall de entrada. Pasó por la mañana, pero el lugar, que tampoco es muy notable, estaba totalmente vacío. Se trató de una agresión mucho menos grave. Sentimos algo húmedo en la espalda y un tío se acercó a decirnos que teníamos las chaquetas manchadas. Pensamos en excrementos de palomas, ya que había un montón dentro del hall, y el hombre nos indicó la puerta de los servicios muy cerca. Nos acompañó adentro y nos ayudó a limpiar la ropa con servilletas de papel. Por suerte, Patrick se percató que aprovechaba para registrar nuestros bolsillos, ya me había robado la cartera y la había tapado bajo unos documentos. Me acerqué a él, tuvo miedo y pude recuperar la cartera sin problema. Le echamos a  gritos, pero sin más: no queríamos tener problemas. Podía él tener amigos en los parajes. Claro que él mismo nos había manchado la ropa, probablemente con una jeringuilla llena de un producto maloliente.
          Lo cuento para testificar que la zona no es muy segura. “Es normal”, me explicó mi amigo porteño Benito. “La facultad se halla justo en frente de la villa miseria 31, del otro lado del ferrocarril”.

(T = centro turístico)

          Se conoce mejor este tipo de lugar bajo su denominación brasileña de “Favela”. En Chile lo llaman “Chabola”, y en Francia “Bidonville”. El 31 no tiene nada que ver con el número de villas existentes dentro del perímetro de la ciudad de B.A. Por suerte, no existen tantas villas. Hay dos explicaciones: una dice que se trata de un número catastral, otra que corresponde a la clasificación por orden de aparición en la historia, las primeras villas apareciendo en los años 1930, cuando la inmigración europea fue sustituida por las migraciones del interior. Así que muchas villas han desparecido con el tiempo. Queda un poco más de una decena hoy.
En Buenos Aires son verdaderas ciudades dentro de la ciudad. Con el tiempo, las casas, temporales en un principio, dejaron sitio a construcciones más amplias y robustas, de ladrillo, de madera o de chapa. Muchas tienen varios pisos. El Estado nunca logró borrar esos estigmas de la ciudad, por falta de voluntad, de medios o de tiempo, ya que los gobiernos pasan mientras que los inmigrantes siguen afluyendo. Entonces, se adaptó, y ahora las villas incluso tienen servicio de agua corriente (aunque bastante básico), y las autoridades hacen la vista gorda sobre las desviaciones del sistema eléctrico.

Foto Commons wikimedia

          Estas ciudades hasta forman comunidades organizadas, con sus propias reglas y leyes. Así el nuevo morador tiene que acatar las leyes de instalación impuestas por los habitantes más antiguos. Son ciudades cerradas: el visitante se toma el riesgo de entrar, ya que los extranjeros siempre están considerados como intrusos. O peor aún como fisgones. Es que los habitantes quieren proteger su dignidad, y nada más les enfada como ser vistos como bichos raros. Pobres dentro de los pobres, vienen de las provincias del interior para encontrar trabajo y hacerse un lugar dentro de la sociedad porteña. Se les apodan “negros” o “grasas”, refiriéndose al color de su piel y de sus pelos oscuros y grasientos, ya que muchos de ellos vienen del norte y/o de los países limítrofes y tienen raíces indias.
          Hubo varias tentativas para cerrar esos lugares y acabar con las construcciones ilegales. En los años 60, los gobiernos militares crearon “Nucleos de construcciones transitorias”. Pero no sólo esas nuevas construcciones del estado no bastaron para albergar toda esta población precaria (cerca de 300 000 personas en 1966), pero eran más indignas aún que las que construían los mismos “villeros”: una media de 14 metros cuadrados por familia, no cuarto de baño, nada de baldosa en el piso, etc… O sea que construyeron nuevas villas al lado de las antiguas. Nada más.
Hoy en día, estas zonas de precariedad se instalaron en el espacio y en el tiempo. Forman parte de un decorado que la gente mira desde lejos y prefiere ignorar. Pero también son lugares donde la gente vive normalmente, o casi, trabaja (con contratos precarios – o sin contrato – muy a menudo, eso sí, pero mucha gente queda en paro), tiene coche, y donde hay comercios. Los niños van al colegio, y eso a veces implica cierta mezcla social: así los colegios públicos de La Recoleta, un barrio de los más acomodados de Buenos Aires, reciben chicos de la villa 31. Claro que eso provoca dificultades, y en muchos casos, la “buena sociedad” prefiere mandar sus niños en colegios privados.
          Leí en el diario de hoy que el Estado había decidió instalar oficinas del ministerio de Educación en la entrada de la villa 31. Los empleados no parecen muy felices con ese cambio geográfico, ya que además del problema del transporte (la villa queda más lejos de sus propias casas) plantea también el de la seguridad. No es que haya más delincuentes en las villas. Pero es que la pobreza se encuentra muy concentrada en esos lugares. Y el consumo de droga está muy elevado dentro de la población joven de las villas. A los villeros les gustaría integrarse en el tejido social porteño. Pero se ven algo atrapados. Todo el mundo está atrapado: ellos, el Estado que no tiene soluciones a corto plazo (y a largo plazo tampoco), los que viven al lado de las villas y que tienen que soportar un ambiente difícil y conflictivo. El problema afecta a la sociedad en su conjunto, pero nadie se hace cargo. Fatalismo argentino.

Para ir más lejos:

El bajo Belgrano : del barrio de Las latas a la villa 30 (En español)
https://rdu.unc.edu.ar/bitstream/handle/11086/13231/snitcofcky_eje%202.pdf?sequence=34&isAllowed=y

Los origenes de los barrios precarios en la ciudad (En español)
http://www.solesdigital.com.ar/sociedad/historia_villas_1.htm

Les villas miseria de Buenos Aires (En francés)
http://www.petitherge.com/article-les-villas-miseria-de-buenos-aires-113282972.html

Y acá mismo, el cuento “El buen doctor Santamans” (En dos versiones)
https://argentineceleste.2cbl.fr/le-bon-docteur-santamans-2/

Kioscos (En español)

Escrito el 28 de enero 2020

          Dentro de los lugares más típicamente argentinos que uno puede encontrar visitando Buenos Aires, como las milongas, los bares notables, los teatros de la avenida Corrientes, los restaurantes de “tenedor libre” , existe uno que por su parte no existe sino en Argentina, y, que yo sepa, nunca copiado en otro lugar del mundo: el kiosco. Todo el mundo sabe lo que significa la palabra kiosco. En francés por ejemplo, designa tanto una suerte de tarima cubierta para tocar música en los parques – algo que casi desapareció con el tiempo – como un lugar donde se puede comprar diarios y revistas, en las aceras. Este último existe también en España. Acá (en Argentina), los diarios se compran también – por cierto, únicamente – en las veredas, pero entonces a esas tiendas se las llaman “puestos”, no kioscos.
          En Buenos Aires, “kiosco” tiene otra significación. Se puede decir que es el tipo de comercio más frecuente en la ciudad: pueden encontrar uno por cuadra, nada menos. O sea, casi uno cada 150 metros.
Se trata de una tienda muy pequeña, abierta sobre la calle, y todas parecen designadas de igual manera: después de la entrada, por la izquierda o la derecha, un mostrador de forma semicircular, contra la otra pared, una estantería y en el fondo refrigeradores para las bebidas.
Todos venden lo mismo: porquerías. Chocolate, caramelos, chips, chicles, galletas, soda, cerveza, baratijas. A veces, se puede comprar yerba mate u objetos útiles como baterías o llaveros. Sólo cosas pequeñas, siempre. Y baratas. Unos kioscos albergan también una máquina para recargar la tarjeta « Sube » para los colectivos o el subte.

Dos kioscos. ¡Uno proclamando “abierto los 25 horas”, nada menos! – Fotos PV

          Pero los kioscos no sólo son puestos de venta. Me percaté bastante rápidamente que también se utilizaban como lugares de encuentro y de tertulias. El policía de guardia en la calle nunca se aleja mucho, y entra a menudo para conversar con los empleados. Supongo que eso le permite tomar el pulso del barrio, o escuchar los últimos chismes. Los ancianos fingen necesitar chicle para venir a encontrar a otro compañero con la misma necesidad. A los pocos minutos, otro llega, y otro, y así se monta toda una tertulia para comentar las últimas noticias del mundo.
No descarto la posibilidad de un acuerdo con las compañías de colectivos, si juzgo por el número de paradas que se colocaron exactamente frente a un kiosco. Así el comercio puede contar con la espera siempre larga del autobús para florecer.
          Muchas veces me pregunté si, dado el tipo de mercancías que acá se venden y el número asombroso de kioscos abiertos en la ciudad, ese tipo de comercio podía ser rentable de verdad. Parece que sí. Eso me dijeron unos porteños. Les creo: no sobrevivirían tantos si no.
          Pero si se puede ganar algo de dinero en eso, se tiene que pagar con un verdadero trabajo de esclavo. Los horarios son extraordinariamente extendidos, hay kioscos abiertos las 24 horas. Pero eso es el propio de casi todo el rubro del comercio en Buenos Aires, que quedó bastante artesanal. Otro tipo de tiendas muy frecuente, por ejemplo, son los puestos de verduras. Son casi tan numerosos como los kioscos. Abren desde las 7 hasta las 21, a veces más tarde. Igual con los “shoppings” como los llaman los porteños, pequeñas tiendas de comestibles a menudo atendidas por asiáticos. Se puede encontrar también supermercados, como en mi barrio el “Carrefour market” (una marca francesa), abierto los 24 h, incluso los domingos. Imposible quedarse con la nevera vacía. Yo, en tanto francés típico, siempre me niego a salir de compras un domingo. Cuando lo comento con mis amigos porteños, suelen mirarme como si fuera un marciano, aunque digno de respeto. Acá a los franceses nos consideran como gente que “no se deja llevar” y sabe imponer sus reglas a los “dominantes”. Tal vez. Queda por ver si ellos nos van a imitar, o si por el contrario somos nosotros quienes estamos integrando cada vez más su modelo. En eso, tengo mis propias dudas.
          Otro motivo de sorpresa, que tiene cierta relación, aunque algo distante, con lo que acabo de comentar. Dado el número de lugares donde se puede comprar “comida basura” (y no sólo los kioscos, sino también los restaurantes de “fast food” (comida rápida), los puestos de pizzas y empanadas, etc…) uno podría esperar encontrar a mucho más personas obesas. Para nada. A primera vista los argentinos aparecen mayoritariamente delgados. Claro que hay excepciones. Y esas excepciones, como es de suponer, revelan una evidente pobreza. La medida de la cintura es, acá como allá, inversamente proporcional al tamaño de la cartera, supongo que no hace falta argumentar más sobre ese concepto bien conocido. Lo que me llama la atención también, es que los lugares de mala comida, por lo general, tienen nombres con consonancia inglesa. Bueno, como en Europa. Acá se llaman Whoopies, Monday, Kentucky’s (sin el “Fried chicken”), Dean and Dennys, The Burger Joint, The Burger Company, sin hablar de los “McDonalds”, “Burger king” y compañía que pululan en esta ciudad tanto como en las nuestras.
          Así que “lengua inglesa” tampoco rima con “gastronomía”. Van a tacharme de anglófobo. Sería una calumnia. Sólo acordarme de los magníficos almuerzos tomados en los pubs del norte de Inglaterra, donde vive mi cuñado, me provoca una irreprensible nostalgia. Allí los nombres de Black Bull, George and Dragon y Royal Oak me hacen agua la boca. Pero Inglaterra no es Estados-Unidos. Y Argentina es ante todo un país… americano. Donde, como no, el Coca-Cola es el producto estrella. Algo menos que en Chile, pero estrella. Aparece en las mesas más a menudo que el vino, sin embargo orgullo de los argentinos. El Coca, y la Fanta de nuestra niñez que todavía existe, pero que hoy es propiedad de Coca-Cola Company. El agua con gas que bebo, aunque se llame Villavicencio y proclama su origen mendocina, pertenece al grupo francés Danone. América latina siempre fue muy permeable a las influencias extranjeras, nada nuevo. A eso debe parte de sus más crueles dictaduras.
           Por suerte, tampoco faltan en Buenos Aires maravillosos sitios gastronómicos. Sin embargo muy asequibles para las carteras europeas. ¡Prometo redactarles una lista pronto!

¡Encontré un kiosco llevando (casi) mi apellido! ¡Aunque muy pequeño, este “maxi” kiosco! – Foto PV

Cementerios porteños

Escrito el 17 de enero de 2020

Entrada del cementerio de La Recoleta – Foto PR

          Supongo que algunos adictos a la psicología barata lo interpretarán como un placer morboso, o por lo menos una atracción algo necrófila. Pero tan lejos que pueda alcanzar mi memoria, siempre me gusto pasearme por lo cementerios, y no por eso me avergüenzo, ni me siento perverso. Los cementerios representan para mí lugares de paseo tan agradables, y más instructivos, que los parques públicos, con los cuales comparten muchas cosas.
          Los cementerios no son sólo lugares verdes, sombreados, con pasillos bien diseñados como lo son los parques. Ofrecen una relativa quietud (no peros, no aficionados al picnic, o al futbol, o al footing), una gran serenidad y sobre todo nos regalan – por lo menos a las personas dotadas de un mínimo de imaginación – apasionantes viajes por el tiempo. Sólo me contradecirán los que nunca se pararon delante de una placa medio borrada, llevando el nombre y apellido de una persona absolutamente desconocida, sin sentir una profunda emoción. ¿Quién era? ¿Qué tipo de persona? Su muerte que destrozó a sus familiares, ¿acaso suscitó alegría dentro de sus enemigos? ¿Qué vida tuvo? ¿En qué circunstancias falleció? Etc.…
Claro que eso no lo cuentan las placas. Todos estos muertos son festejados, alabados, queridos, añorados. Todos fueron seres extraordinarios. Por ejemplo el tal Francisco Ceballo, quien era presidente de un club de polo y murió en 1948: “Al gran corazón de F. Ceballo, arquetipo del buen amigo, dedican este bronce quienes tuvieron el privilegio de su amistad”. Los “recuerdos y lamentos perpetuos”, las promesas de memoria indestructible, los dolores inconsolables pululan, cual fueron las verdaderas cualidades del ser llorado. Es la ventaja de la muerte: nos permite alcanzar cierta perfección, tan física como moral. ¡Qué padre más afortunado que el tal Alfredo Simón Roman (1915-1987)! Su familia en torno al ataúd lo recuerda así: “Papa, nuestro mejor amigo en nuestra inolvidable relación. Supiste ser nuestro compañero y amigo inseparable. Tu ejemplo nos honra y los principios que nos diste son el mayor legado que tiene nuestra familia. Tu impronta permanecerá por siempre con profundo sentimiento y veneración”. (El texto es firmado: Tu familia). Sin embargo, ¿No es posible leer entre las líneas y ver aparecer otro hombre, con principios, en efecto, o sea algo rígido y poco amigo de la permisividad? Quizás estoy exagerando, pero eso sentí al leer este pequeño texto de homenaje; me dio la impresión de un hombre sin lugar a dudas afectuoso, pero más bien severo, cuyas decisiones no se podían discutir. Ejemplo, altura de los principios, inolvidable relación, veneración, todo eso huele a verdadero “jefe” de familia, llevando firme las riendas del carro. ¿O no?
          Sin embargo algunas tumbas parecen algo más evocativas, y nos permiten viajar a través una Historia más conocida, con mayúscula. Tal es el caso de Guillermo Zapiola (1826-1871), un médico quien falleció cuando estaba cuidando los enfermos de la famosa fiebre amarilla de 1871 que devastó el barrio de San Telmo y lo vació de la casi totalidad de su población. O el caso de Emma Nicolay de Caprile (1842-1884), una estadounidense de origen húngara quien creó el primer instituto de formación docente para muchachas de Argentina. Una pionera.

Pasillo central de La Recoleta – Foto PR

          El colmo histórico lo alcanza la tumba de Pedro Aramburu. Si es muy difícil encontrar la tumba de Eva Perón (1919-1952), escondida en un callejón muy angosto donde se amontonan los turistas, o la del Presidente Irigoyen (1852-1933), relegada en el fondo del cementerio, imposible no ver la de Aramburu : se halla en medio de la calle principal, a cincuenta metros de la entrada. Y es monumental. Sin embargo, los dos personajes ya citados tuvieron mayor importancia en la historia argentina que él quien participó del derrocamiento de Perón en 1955 y se impuso como dictador hasta 1958, y fue asesinado por guerrilleros zurdos en 1970. Aramburu era un verdadero “milico”, como dicen los argentinos hablando de los militares de extrema-derecha. No dudó en dejar fusilar al General Valle, uno de sus mejores amigos, quien reclamaba el retornó de Perón . Ultra católico, amigo de los grandes empresarios argentinos o extranjeros, enemigo de los sindicatos, y que no toleraba la menor oposición. Pues sin embargo en su tumba, no dudaron en escribir dos frases del gran prócer. La primera proclama que “Sólo el pueblo es fuente legitima de poder, y su autoridad se afirma en la justicia y se pierde en el arbitrario”. Todos los que mandó a fusilar sin juicio sin duda saborean esas palabras. La segunda afirma que “El progreso, fundamento del bienestar general, es obra de los pueblos y resultado de la riqueza justamente distribuida”. Pronunciada por un dictador quien gobernó para mejor provecho de las grandes familias, ¡consideradas como una “muralla contra el comunismo”!

Tumba de Eva Perón – Foto PV

          Todos esos personajes tienen su sepultura en el cementerio de La Recoleta, el más famoso de los cementerios porteños y cementerio para famosos, donde se encuentran las tumbas de no menos de 20 presidentes de la república, un mogollón de escritores, un ejército de generales (sólo los vencedores, es de suponer), y todo un club de empresarios y miembros del muy selecto Jockey-club. Hay otro cementerio tan grande en Buenos Aires, pero menos visitado por los turistas extranjeros, ya que mucho más plebeyo: la Chacarita. Es mucho más amplio que La Recoleta, y creo yo, más conmovedor en su anonimato. Los únicos famosos enterrados acá son artistas populares, tangueros como Carlos Gardel o poetas olvidados/as como Alfonsina Storni. Pero son escasos. Y muy difíciles de encontrar: el cementerio de la Chacarita, al contrario de La Recoleta, no proporciona ningún mapa en la entrada.
Así que los cementerios son como los parques públicos: pueden servir de marcadores sociales.

Tumba de Alfonsina Storni en La Chacarita

La Manzana de las Luces (En español)

Escrito el 15 de enero de 2020

          El miércoles 15 de enero, decidí ir a visitar el Museo de la Ciudad en San Telmo. Habían escrito en el sitio web : miércoles ¡entrada gratis!
También era una oportunidad de ir hasta el mercado a comer un choripán. Esta vez, elegí un “diablo”, con puerros asados. Muy rico. He visto que proponían en la carta uno de carne de cordero con peras y queso azul. Otra oportunidad para volver una tercera vez.
          El museo estaba cerrado. El sitio web no mencionaba cierre ocasional, tampoco habían puesto un cartel en la puerta, nada. Había luz adentro, y por la ventana divisé un tipo trabajando en la sala, le saludé con la mano, pero me contestó que no con la cabeza, con cara reprobadora. Ni se molestó en acercarse para explicarme algo. Así que desistí y seguí andando hasta la Manzana de las Luces, al lado, otro “sitio notable” mencionado en la guía. En taquilla, me hicieron todo un discurso para explicarme el nombre del lugar. Manzana, porque el edificio ocupa una entera, dentro de un rectángulo limitado por cuatro calles. De las luces viene de las “Lumières”, periodo intelectual de la historia francesa contando con filósofos y escritores como Voltaire, Montesquieu y Diderot (Siglo XVIII). Sin embargo, el sitio lo fundaron los Jesuitas, lo que por lo menos huele a cierta paradoja. O sea que Luces, pero menos laicas que las francesas. Pero también el lugar constituye la primera universidad argentina, y el primer museo de las ciencias. En un principio, era sede de la “procuración” jesuita de Buenos Aires. Una sucursal argentina de la Compañía de Jesús, cuya sede principal se hallaba en el corazón de las “misiones” jesuitas, en el noreste del país (Ahora pues provincia de Misiones). Funcionaba de galpón para almacenar la mercancía proviniendo de las misiones, de hogar para los obreros guaraníes trabajando en las obras de construcción de la ciudad, de escuela, así como de residencia administrativa. O sea, un lugar multifuncional. Hoy en día, es una ruina. Ya no sirve para nada. Lo que se puede visitar son salas y patios totalmente vacíos. Un sitio fantasma, que alberga exposiciones temporales de arte contemporáneo, como tal era el caso en enero. Como se podrá comprobar en el texto del cartel abajo, también cambió mucho con el tiempo. O sea que parece peliagudo hacerse una idea exacta hoy de lo que parecía antaño.

          Si nos fiamos en los dos últimos párrafos, el visitante tiene que tener algo de imaginación, y arreglárselo para reconstituir el sitio original. Palabras de oro, pero algo despreocupadas.
          Sin embargo, en tanto aficionado a la historia argentina contemporánea, me emocionó bastante saber que este lugar era también el teatro de la famosa “Noche de los bastones largos”, en 1966. En la época, la dictadura del general Onganía quería amansar la Universidad y expulsar a los dichos “subversivos”, lo que hizo echándolos a palos, estudiantes como docentes.

          En Europa, se hubiera reconstituido el contexto histórico reestructurando los espacios y devolviéndolos, por lo menos en parte, a su estado original, como mínimo mediante maquetas y fotografías. También se hubiera reconstituido cierta cronología, para darle al visitante una idea de la evolución, del cambio, de los acontecimientos a través de la historia. Nada de eso acá. Se visita el lugar tal como salió después de tantos cambios, sin el menor arreglo. El visitante tiene que dibujárselo – el sitio original – en su mente. Nada fácil. Algo como representarse la iglesia San Simeón en Burdeos, antes de que la utilizaran como estacionamiento. Un ejemplo: he aquí lo que queda de la Universidad:

Foto PV

          Nunca hubieran tolerado tal monstruosidad en Salamanca (España, sitio de una de las universidades más emblemáticas de Europa. No resisto en traducirles un párrafo del “Petit Futé”, famoso guía turístico francés:

          Construida en el siglo XVII por los jesuitas, la Manzana es un conjunto de edificios y túneles. No se sabe exactamente porque construyeron esos túneles, pero existen varias hipótesis: sistema de defensa, contrabando, lugar secreto para albergar los amores de los patricios de la época. Un sitio increíble.

          Increíble si duda. Pero de túneles nada: sólo me permitieron visitar la planta baja, a nivel de calle. No era sino otro turista más.

Expatriados en la terraza

Escrito el 10 de enero de 2020

Cafayate – enero de 2008 – Foto PR

          El otro día estaba sentado en una terraza cerca de dos franceses. Por la ropa que lucían, no parecían realmente turistas. Los turistas por lo general van vestidos con menos esmero, con menos cuidado. Esos dos, impecables. El primero llevaba puesta una camisa de rayas azules y blancas, y mocasines de ante. El segundo, una camisa inmaculada, al estilo del filosofo francés Bernard-Henri Levy. Los dos llevaban cortes, pero ojo, no cortes cualquieras, cortes de marca, cortes bien hechos, como los que se pueden ver en Saint-Tropez o el Cap-Ferret (Balnearios muy selectos de Francia), cortes de ejecutivos, cortes de alguien muy acomodado.
          Me dirán que eso no basta para distinguirlos de los turistas comunes. Que el turista acomodado es una raza que pulula, especialmente cuando uno cruza un océano entero para viajar. Que esta raza es más bien mayoritaria. Pero las camisas, señores y señoras, ¡las camisas! ¿Quién ha visto un turista viajar llevando puesto una camisa de director de banco?
          De todos modos, lo que decían no dejaba lugar a dudas: hablaban de negocio. Bueno, no estaba tampoco en condiciones de oír perfectamente su conversación: detrás de mí una pandilla de patitos argentinos cacareaba con tanta furia como si alguien acabara de robarles el plato de chips. Pero pude oír lo suficiente como para entender el sentido general de lo que estaban diciendo: hablaban del negocio del vino.

Bodega Diamandes, Mendoza – Propiedad histórica de la familia francesa Bonnie – Foto DP

          O sea que expatriados, sin lugar a dudas. Y el expatriado francés como es lógico, viene en Argentina ante todo para proyectos vitícolas. Los franceses ganaron la primera manga: es a ellos a quienes los argentinos fueron a buscar para ayudarlos a desarrollar ese sector, más que españoles o italianos. Algunos son ya auténticas estrellas, como Michel Rolland, el artífice adulado u odiado de la llamada “parkerización” del vino de Burdeos.
Por lo general, no me gusta el expatriado. Hablo del expatriado hombre de negocio, claro. No de los que vienen mandados por el estado, funcionarios de embajadas o docentes. Hablo del expatriado “privado”, el que vino por su propia voluntad para buscar (y encontrar) “oportunidades” de acumular una cantidad de pasta máxima en un tiempo mínimo. Ese expatriado odia a Francia, un país de mierda donde la administración lo hace todo para disuadir a los empresarios más dinámicos de montar sus proyectos. Adora a estos países donde le reciben con alfombra roja, donde se puede crear una empresa en un chasquido de dedos, y, cómo no, donde nadie le viene a molestar con la cantinela de los impuestos. Este expatriado considera Francia un país comunista (incluso cuando lo dirigen un Sarkozy o un Macron), donde se acosa a los comerciantes honrados en vez de controlar mejor a los beneficiados de las medidas sociales, beneficiados demasiado numerosos y demasiado pagados.
          Porque lo que le gusta más al expatriado en el extranjero, es lo barato que sale la mano de obra. Por eso eligió montar su proyecto más allá de sus fronteras: el personal cuesta mucho menos y reivindica poco. Argentina no siendo el mejor ejemplo, ya que tiene sindicatos numerosos, antiguos y bastante fuertes. Pero con un sueldo medio de menos de 500 euros, Argentina sigue siendo un país atractivo para el expatriado francés. Y mucho menos costoso en lo que se refiere a los gastos sociales, seguridad social y pensiones. Nada ni nadie podría decidirle a volver a Francia. No echa de menos a su departamento de seis ambientes en el barrio de Chartrons en Burdeos o en Saint-Cloud cerca de Paris. Acá pudo comprar uno mucho más grande por una cantidad muy inferior. En Recoleta para un departamento de cuatro ambientes te cobran 300 000 dólares, más o menos 270 000 euros. Incluso pudo comprarse una casa en Tigre, archipiélago selecto del delta del Paraná. De todas maneras todavía posee una casa de familia en Arcachon. O en Niza. O en Biarritz. Vuelve de vez en cuando a veranear, y para comprobar que Francia, decididamente, no cambia. Y para burlarse de los frioleros que, no como él, no tienen los coj… de marcharse de una vez. Cuando acá, carajo, “¡se puede amasar una pasta, no te cuento!”.

Carrefour market – La Recoleta – Buenos Aires – Foto DP

Colectivos (En español)

Escrito el 8 de enero 2020

Foto PR

          Así se llaman los autobuses en Argentina. En Buenos Aires, son propiedad de empresas privadas. Es difícil saber exactamente el número de líneas, parecen muchísimas. Hemos leído una vez que existían más de 500, pero es una cifra que quedaría por verificar. Muy difícil también es encontrar un mapa del conjunto de la red. De todas maneras, si existe tal mapa, parece muy difícil imaginarlo legible. Por suerte, existe sin embargo un sitio web muy cómodo, parecido a los que tenemos en Europa, donde entras las direcciones de partida y destino, y te ponen el trayecto exacto, incluidas las partes andando. Pero. Varias veces nos dimos cuenta que ya no existía la parada indicada. O que la habían trasladado a otra calle. Muy divertido. Andas cinco o seis cuadras hasta la parada mencionada, y al llegar, ¡zas! Nada. Ni rastro. Por ejemplo esta misma mañana queríamos coger el 75. En realidad, la parada se hallaba cinco cuadras más lejos, en una calle paralela. Son muy juguetones. Parece que la gente está acostumbrada. Sin embargo, si juzgamos por el número de personas quienes nos preguntaron por un número de línea, por controlar si tal colectivo paraba acá, o si tal otro iba a tal sitio, etc…parece que tampoco toda la gente lo maneja perfectamente. El otro día al volver de Palermo creíamos haber encontrado – por fin – la parada del 60. Incluso un anciano se había acercado a preguntarnos si, de verdad, pasaba por acá el tan esperado 60. Sí señor, como puede ver usted mismo, es lo que va escrito allá arriba en el cartel. 60. (Entre otros, ya que a una parada pueden corresponder un montón de líneas). Así que nos pusimos a esperar juntos, el anciano y nosotros. Después de un cuarto de hora, nada. Veinte minutos. Media hora. Mientras tanto, se pararon muchos otros, pero ni apareció un solo 60. Al cabo del primer cuarto de hora, ya el anciano se había subido en un 42, sin más preocupación. Al final, decidimos subir en el próximo colectivo, cual fuera su número y destino. Tuvimos suerte: pasaba por la avenida Santa Fe. Perfecto para nosotros. Pero nos cuesta trabajo pensar que al final de nuestra estancia en Argentina, sea cual sea su duración, acabaremos por entender cómo funciona todo este quilombo.

Colectivos frente a la estación Retiro – Foto DP

          Lo positivo de este sistema que parece tan anárquico, es por una parte su tarifa muy asequible (por el precio de un solo billete de tranvía francés, puedes hacer cinco viajes en Buenos Aires), y por otra parte el sistema de tarjeta “Sube”, recargable, que se puede utilizar también en el metro (el “subte”, acá) y los trenes de proximidad.
          Los colectivos son el teatro de un extraño espectáculo. Los argentinos se muestran por lo general un pueblo bastante indisciplinado y con escaso espíritu cívico. Pero no en lo que se refiere a los colectivos bonaerenses. Allí las colas que se forman en las paradas bien se pueden comparar con las que podemos ver en Londres. Prohibido adelantar: todo el mundo espera con mucha paciencia, uno tras otro. Pasa igual dentro de los autobuses: incluso en hora pico, predominan la calma y la cortesía. No en Francia ni en España se podría constatar que los transportes públicos constituyen así un lugar de desarrollo del sentido cívico de la gente.

Parada de colectivos – Foto QV

          Uno puede también utilizar el taxi. Tampoco es caro, si se compara con los taxis de Francia. Para un trayecto de 5-6 kilómetros no te cobran más de 3 euros. Pero hay que elegir bien su vehículo. Y el chofer. En verano, más vale elegir un taxi con las ventanillas cerradas, lo que indica aire acondicionado. Y esquivar los choferes que conducen con los ojos pegados a la pantalla de sus móviles. Hay muchos. Nos tocó uno de esos al volver de Puerto Madero. A cada semáforo volvía a la maldita pantalla. Así que cada vez se perdía el momento de volver a arrancar. Luego rugía como un león, con ayuda de bocina y todo, porque los demás le adelantaban. Manejo nervioso, al milímetro. Y nosotros apretando las nalgas, con mucho miedo.

Taxis porteños – foto PV

          En lo que se refiere a la amabilidad, los taxistas porteños se parecen muchísimo a los parisinos. Es de suponer que parecerse a un taxista parisino es el colmo de la distinción. Por suerte, no lo saben los camareros de Buenos Aires. Quienes son todo el contrario de nuestros mozos de Paris. Sonrientes. Amables. Y muy lentos. Pero igual de desagradables para con los tacaños que se ahorran la propina.

País pobre – Pobre país

Escrito el 7 de enero de 2020

Frente al aeropuerto Jorge Newbery – Diciembre de 2007 – Foto PV

          Quizás otros no opinarán lo mismo, pero a nosotros siempre nos sorprendió la extrema diferencia entre las dos Américas, la del norte y la del sur, en cuanto a sus destinos políticos y económicos. Esas dos partes del continente parecen dos caras totalmente opuestas de una misma moneda: inmensos territorios colonizados por los europeos. En la línea de partida, las mismas riquezas, los mismos recursos, las mismas oportunidades de desarrollo. Al final, un norte rico, desarrollado y dominante, y una parte sur que se quedó atrás, más bien subdesarrollada, y en larga medida, aceptando la tutela del vecino norteño.

          ¿Acaso no se podría explicar por la diferencia existente entre los modos de construcción de ambos territorios? Son los inmigrados quienes construyeron en buena parte los Estados-Unidos, a medida de su progresión hacia el oeste. La Corona inglesa por su parte se quedó en los territorios del este, y tanto su ejército como su Iglesia desempeñaron un papel secundario en la conquista del oeste. Eso puede explicar también porque los Estados-Unidos obtuvieron su independencia con bastante anticipación, en comparación con los vecinos del sur: los inmigrados representaban una entidad fuerte y legítima frente a la de la Corona.
Al contrario en el sur, España y Portugal instalaron una autoridad real muy fuerte así como muy apremiante. Las tierras conquistadas eran consideradas como propiedad exclusiva de la Corona, y esa las distribuía en prioridad a las “grandes familias”, quienes se apoderaron de la mayoría de las tierras agrícolas del subcontinente. De allí en más, esas grandes familias constituyeron una suerte de clase nacional inmutable, identificándose a la nación misma. “Somos Argentina” o “Somos Chile” suelen decir a menudo los terratenientes del cono sur. Esas familias acapararon también los puestos importantes tanto en el Ejército como en la jerarquía católica, así que se apoderaron de la casi totalidad de los medios de poder y, salvo durante unos pocos – y cortos – periodos, coparon la escena política hasta hoy. Y la copan todavía, aún cuando fuerzas opositoras lograron abrirse un pequeño espacio.

          Resulta que esos países se ven más bien dirigidos por una oligarquía que descansa en los viejos esquemas de una economía agroexportadora. Generando una brecha enorme entre las clases más ricas y las clases más pobres, sin dejar posibilidad a la existencia de pasarelas entre las dos categorías, siendo las sociedades suramericanas muy “reproductoras”. Con paralelamente un inmovilismo económico tremendo: la industria está casi toda en manos extranjeras, y los servicios públicos están casi todos… bajo control de capitales privados.
          Tal sociedad desigual no puede sino generar una guerra feroz entre las distintas clases sociales. Lo que explica la fragilidad del sistema democrático: cada cambio de gobierno se vive como una revancha, el tiempo de “hacerles pagar” a los vencidos su política pasada. Eso se puede observar en la actualidad por ejemplo en Brasil con la elección de Bolsonaro después de Lula, o el golpe “blando” contra Evo Morales en Bolivia (por lo menos hasta la elección de Luis Arce). Dos ejemplos en medio de varios. Pasa lo mismo con los medios de comunicación y la prensa. Acá en Argentina, esos medios son más bien militantes, y no se molestan en aparentar una objetividad que no tienen, como lo hacen nuestros propios medios en Francia. Clarín es rotundamente antiperonista, La Nación un diario decididamente conservador, y Pagina/12 apoya sin reserva a los gobiernos peronistas . Pasa igual con la tele: uno nota en seguida a que campo pertenece la o él quien está hablando. En tal contexto, ¿Cómo podría progresar el país?

          Argentina lo tiene todo para volverse un país desarrollado y rico: un territorio inmenso, todos los tipos de clima, recursos agropecuarios sin límite (aunque este rubro bastante dañado por el monocultivo), riquezas en el subsuelo, una población que todavía puede crecer (tan sólo 45 millones de habitantes, o sea un millón menos que España, pero con un territorio casi seis veces más grande), un potencial turístico todavía por desarrollar, un pasado cosmopolita riquísimo, etc… Ese país tenía que volverse tan desarrollado y rico como Estados-Unidos, y al contrario, se quedó un país pobre, delicuescente, gobernado por políticos corruptos e incompetentes, a sueldo de potencias extranjeras (sobre todo estadounidenses) o, cuando gobiernan desde la izquierda, con tentaciones autocráticas.
          Un país desperdiciado.

Contraste. En el fondo, el puerto industrial. En primer plano, la autopista Umberto Illia. Entre los dos, más allá del ferrocarril, la « villa 31 », la más grande de Buenos Aires – foto PV
Chalet – Tigre – Delta del Paraná – Foto PV
Casas de adobe, noroeste argentino – Foto PV

La Biela (En español)

Escrito el 5 de enero de 2020

Entrada Avenida Quintana, 600 – Foto PR

          No necesitamos presentar ese bar muy famoso que se halla frente al cementerio de la Recoleta : lo van a encontrar en todas las guías turísticas.
No es el más lindo de los bares notables de Buenos Aires, tampoco el más autentico, pero sí uno de los más antiguos. Su historia empieza en 1850. En la época, se trataba tan sólo de un pequeño bar de aficionados, se llamaba “la Veredita” (la pequeña acera). Luego, se llamó “el Aéreo”, debido a su popularidad dentro del medio de los pilotos de avión. Eso hasta los años cincuenta. A partir de 1950, se volvió el lugar de predilección de otros pilotos, con volante esos, y por fin recibió su nombre actual: La Biela.
          También lo frecuentaban unos escritores famosos: para recordarlo, los dueños instalaron una mesita redonda en la entrada, donde se pueden ver sentadas las estatuas de Jorge Luis Borges y su gran amigo Adolfo Bioy Casares, tomando café. Así que los turistas pueden sacarse fotos compartiendo café con esas dos estrellas de la literatura argentina. (Lo hicieron igual en el Tortoni, otro bar notable del centro de la Capital, donde Borges también está sentado en una mesa las 24 horas. No dudo que esos famosos pasaron tiempo en esos bares, por lo menos certifica que tenían buen gusto. Pero obligar así a esos pobres hombres algo ancianos a pasarse todo el día aferrados a una taza de café, ametrallados por los flashes de las cameras, nos da algo de pena).

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, clientes perpetuos – Foto PR

          El decorado de La Biela no tiene nada extraordinario. En el interior, como es de suponer, es un decorado más bien automovilístico: fotos de pilotos en sus bólidos, casi todas de los años 50, en blanco y negro, muchas del héroe nacional, Juan Manuel Fangio, insignias de marcas, piezas de coches (por ejemplo, ¡un magnifico radiador de Hispano!), y por supuesto, la famosa biela tallada en el respaldo de las sillas de madera del local. O sea, ambiente “vintage”. Afuera, la amplia terraza parece mucho menos atractiva. Total anarquía de muebles de jardín de plástico blanco y verde oscuro, muy numerosos, como amontonados sin orden aparente, o un orden siempre alterado por los clientes que desplazan sillas y mesas a su antojo. Ojo cuando van a elegir una mesa: todo el sitio es también territorio de una multitud de palomas, así que más vale elegir una mesa provista de parasol. Desde la terraza, se puede admirar el tan magnífico como famoso gomero, plantado acá hace más de un siglo, y que con el bar y el cementerio, representa la tercera maravilla de la zona.

El gomero frente a La Biela – foto PV

          La sala y la terraza forman como dos mundos sin relación entre sí. Tuvimos tiempo de darnos cuenta, ya que nuestro departamento estaba casi al lado, y solíamos pasar acá la mayoría de los fines de tarde.
La Biela se halla en un barrio muy turístico, ya que está exactamente en frente del cementerio más famoso de Buenos Aires, equivalente al “Père Lachaise” parisino, donde se pueden encontrar las tumbas de una multitud de próceres argentinos, como Eva Perón, Domingo Sarmiento, Hipólito Irigoyen, José Hernández, y tantos más. O sea que La Biela es un lugar caro, pero muy caro. Es decir, en comparación con los demás “bares notables” de la ciudad. Pero siempre es posible pedir una “cañita” de cerveza y unas “chips” de patatas sin vaciar su cartera, y así poder pasar una hora tranquila sentado en la terraza, a mirar y escuchar a los demás clientes.       Bueno, en una novela, siempre ocurre algo al héroe que se sienta a tomar algo en una terraza cualquiera. Miradas que se cruzan, el titulo de un libro en la mesa que permite entablar una conversación, el famoso que viene a sentarse al lado y le pide por favor, la carta del menú que descubre en su mesa y está faltando en la suya, bueno, pasa algo y al final, empieza una relación muy fuerte entre dos seres que todavía no se conocían antes de llegar a la terraza. Con nosotros no. No pasó nada. En la realidad, una terraza llena de gente ordinaria, grupos de turistas de todas las nacionalidades, jóvenes, menos jóvenes, ancianos, familias, pandillas de minas recreándose, ejecutivos de viaje, o sea, nada muy notable. Gente que parece tener una vida tan normal como la nuestra. Claro que siempre es posible inventarlos otra más excitante, de eso precisamente se preocupan las novelas, disfrazar lo ordinario de extraordinario, pero si nos permiten, antes de emprender tal delicada y noble tarea, déjenos terminar por lo menos nuestras cervezas, antes de que el sol muy duro de la tarde acabara de disfrazarlas de sopa de lúpulo.
          Adentro es otro mundo. Total e implacablemente. Por una parte, el promedio de edad es mucho más elevado, y por otra parte, el público es mucho más argentino. O sea, viejos argentinos. Gente del barrio, que los camareros reconocen al entrar. Esa parte de La Recoleta, sin duda la más selecta, es territorio de la vieja burguesía porteña. La burguesía joven vive más bien en Palermo. Por lo menos los menos convencionales. Desde hace unos años, los ricos argentinos (cada vez más numerosos a medida que hay cada vez más pobres en el país) se van más bien a vivir en Puerto Madero, ese nuevo barrio construido frente a los antiguos galpones transformados en restaurantes de lujo, del otro lado de los estanques.
          Los ancianos se quedaron en La Recoleta. Más exactamente dentro del islote formado por las avenidas Callao, Pueyrredón, Libertador y Las Heras. La Biela siendo el centro exacto del islote. Y el punto de encuentro de la ancianidad acomodada, lectora de Clarín y votando para la derecha conservadora. Así se entiende mejor por qué a Borges le gustaba tanto el lugar.

La sala – foto PV

          Sin embargo no es para provocar que abro el pequeño libro que compre en el Ateneo y empiezo a leerlo. Se trata de “Profetas del odio”, no el de Jauretche sino el de un tal Aníbal Fernández, antiguamente secretario de la presidencia durante el mandato de Cristina Kirchner. Cristina, la bruja mala de los viejos burgueses de La Recoleta. No sé si los ancianos sentados a nuestro lado conocen a Aníbal Fernández. El libro apunta hacía algunas obsesiones de los medios políticos y periodísticos de la derecha argentina. Es un libro muy peronista, más: un libro kirchnerista. Y queda claro que los ancianos de al lado odian a los kirchneristas. Porque acabamos de oír a uno de ellos preguntando a sus contertulios: “¿Sabéis lo que resulta del encuentro entre un kirchnerista y Francisco 1°?” … “Un ñoqui de papa”. Un chiste muy derechista, pero que nos hace mucha gracia.
(Cabe aclarar que en Argentina, durante el mandato de Mauricio Macri, llamaron “ñoquis” a los supuestos funcionarios de sobra – nombrados bajo el kirchnerismo – en la administración pública).

San Telmo (En español)

Escrito el 5 de enero de 2020

           Pasé la mañana de ayer en San Telmo. Me asombra lo que produce en mi mente, cada vez que lo visito, ese barrio. Desde un principio, me enamoré, como dicen en los malos documentales. Para mí representa el alma de la ciudad de Buenos Aires, el núcleo espiritual. No por casualidad: es uno de los barrios más antiguos, que conoció las grandes olas de inmigración de los años 1890-1910. En la época era un barrio tanto popular como cosmopolita, con sus conventillos (casas de dos o tres pisos cuyos departamentos minúsculos daban en una galería cercando un patio interior) donde se amontonaban los europeos que acababan de llegar en barcos, la mayoría españoles e italianos.
          Antes de estas olas de inmigración, vivían acá los porteños más acomodados: San Telmo era un barrio más bien residencial. Todavía se nota Me parece que es esta doble identidad – barrio acomodado, luego barrio muy pobre – que le procura este alma especial y emblemático. San Telmo es como un concentrado de épocas y poblaciones muy distintas. Pero de todo eso no queda casi nada: ni de la primera época, ni de la segunda. Como lo que ocurrió con el barrio de Montmartre en Paris, San Telmo se volvió un museo al aire libre. Uno puede andar en sus calles (muchas guardaron sus antiguos adoquines), es difícil imaginar gente de verdad viviendo acá, por lo menos en el corazón del barrio, rectángulo formado por la avenida Belgrano, la plaza Dorrego, y las calles Piedras y Defensa. No se ven muchas tiendas tradicionales en esta zona, donde pululan las tiendas para turistas. En eso el mercado es emblemático: no se ven muchos puestos de comercio de viandas, la mayor parte del espacio estando ocupado por puestos de antigüedades y de comida rápida y barata “típica”. O sea que se destina a un público muy particular.en fachadas antiguas, aunque con el tiempo esas casas se volvieron bastante destartaladas. La epidemia de fiebre amarilla (1871) cambió del todo el universo demográfico del barrio.

En San Telmo, vestigio de una época desaparecida… – Foto PV

          Me parece que es esta doble identidad – barrio acomodado, luego barrio muy pobre – que le procura este alma especial y emblemático. San Telmo es como un concentrado de épocas y poblaciones muy distintas. Pero de todo eso no queda casi nada: ni de la primera época, ni de la segunda. Como lo que ocurrió con el barrio de Montmartre en Paris, San Telmo se volvió un museo al aire libre. Uno puede andar en sus calles (muchas guardaron sus antiguos adoquines), es difícil imaginar gente de verdad viviendo acá, por lo menos en el corazón del barrio, rectángulo formado por la avenida Belgrano, la plaza Dorrego, y las calles Piedras y Defensa. No se ven muchas tiendas tradicionales en esta zona, donde pululan las tiendas para turistas. En eso el mercado es emblemático: no se ven muchos puestos de comercio de viandas, la mayor parte del espacio estando ocupado por puestos de antigüedades y de comida rápida y barata “típica”. O sea que se destina a un público muy particular.

El mercado – foto PV- 2020

          Ayer me dejé llevar por el instinto turístico, y me acerqué a uno de estos puestos. No tenía sillas, ni mesas, solo una barra por sus tres lados, con sillas altas. Encontré un sitio en la única que quedaba libre, y esperé a que me atendieran leyendo la carta del menú. Se trataba de un puesto de choripanes: algo parecido al perro caliente, pero en vez de la salchicha de plástico tradicional, ponen unos chorizos muy gordos. Bueno, no exactamente chorizo, quiero decir, lo que nosotros franceses solemos conocer bajo este nombre. No, acá se trata de otra salchicha, que puede ser de cerdo o de cordero. Y añaden, según el gusto del cliente, salsa, cebolla, lechuga, rúcula (a los argentinos les gusta sobremanera la rúcula) etc…
          Como es de costumbre en Argentina, el cliente tiene que tener mucha paciencia. Me llevaron el vaso de vino muy rápido, pero luego tuve tiempo para tragarlo todo antes de que me llevaran el tan esperado choripán. Cabe admitir que es una garantía de calidad: asen los chorizos a medida de los pedidos. Me gustó mucho. Pero comer así solo frente a la barra, escuchando las conversaciones alrededor – y escuchar no significa entender, a lo mejor se oye un bullicio confuso – no favorece el deseo de prolongar el almuerzo. Supongo que otro turista menos tímido hubiera entablado conversación con su vecino, pero eso es algo casi imposible para mí.
          San Telmo-Montmartre. Supongo que es mi apetencia para la historia que motiva mi amor por estos dos barrios, pese a que se volvieron sólo trampas para turistas. También es que, detrás de esos disfraces bastante nuevos, no es muy difícil encontrar la esencia antigua y evocar, aunque sea sólo en su mente, lo que fueron antes de volverse museos: los testigos de una gran historia popular. De todos modos, me parece imposible visitar las dos capitales sin pasar por sus calles por lo menos una vez.

Foto PV – 2008

Villas miseria

Rédigé le 28 janvier 2020

          L’autre jour, du côté de la Faculté de droit, en bas de Recoleta, le quartier où j’habite, à deux pas d’un des sites les plus fréquentés par les touristes, un Australien de 67 ans faisait son jogging, vers 6 h 30 du matin, lorsqu’il a été violemment agressé par un jeune qui en voulait à son portable. Un coup de couteau de cuisine en plein cœur, il est dans le coma. (Au jour où nous publions cet article, il est malheureusement décédé).

          Mon ami Patrick et moi, il y a trois ans, avions été également agressés au même endroit, cette fois dans l’enceinte même de la Faculté, dont nous visitions le hall monumental. On était en pleine journée, mais le lieu, guère remarquable en fait, était totalement désert. Agression bien moins grave. Nous avons senti de l’humidité dans notre dos, un type est arrivé et nous a fait remarquer que nos vêtements étaient souillés. Nous avons immédiatement pensé à de la fiente de pigeons, nombreux dans les parages, et le type nous a indiqué des toilettes proches et a proposé de nous aider à nettoyer nos vêtements. Heureusement, Patrick a remarqué que pendant ce temps – nous avions ôté nos vestes et le type aidait à y passer des serviettes en papier mouillées – il nous faisait joyeusement les poches. Lorsque je l’ai approché, il a eu peur, et j’ai repris mon portefeuille qu’il dissimulait sous des papiers. Nous l’avons viré avec perte et fracas, mais sans plus. D’une part, nous ne voulions pas nous mettre dans les ennuis, d’autre part, rien ne prouvait qu’il ne serait pas revenu avec des copains. Bien entendu, c’était lui qui nous avait lancé le produit nauséabond sur les vêtements, probablement au moyen d’une seringue. Une technique, avons-nous appris plus tard, en vogue à l’époque.

          Tout ça pour dire que ce secteur n’est donc pas très sûr. Normal, m’a expliqué mon ami Benito : la Faculté de droit est située juste en face de la villa miseria n°31, de l’autre côté de la voie ferrée :

T = centre touristique

          On connait mieux le terme de villa miseria dans sa traduction brésilienne : favela. Au Chili, on dit « chabola ». Et chez nous, « bidonville ». Le numéro n’a rien à voir avec le nombre de « villas » existant dans l’enceinte de la ville. Il n’y en a pas autant, heureusement. Il existe deux explications à cette histoire de numéro : soit il s’agirait d’un numéro cadastral, soit du numéro correspondant à l’ordre de création du bidonville à travers l’histoire, les premiers datant des années 30 (période où l’immigration venue de l’extérieur est remplacée par celle venue de l’intérieur) et beaucoup ayant donc disparu depuis. Il en reste un peu plus d’une dizaine aujourd’hui.

           A Buenos Aires, ce sont de véritables villes dans la ville. Au fil du temps, les maisons au début précaires, faites de matériaux les plus divers, ont fini peu à peu par céder la place à des constructions plus solides, en briques, en parpaings, en bois ou en tôle. Certaines prennent même de la hauteur ! Totalement dépassé, l’Etat n’a jamais pu réussir, au cours de l’histoire, à se débarrasser de ces stigmates, faute de solution de relogement décent. Alors il s’adapte : les « villas » possèdent un service minimum de distribution d’eau, et on ferme les yeux sur le détournement du système électrique.

Photo Commons wikimedia

          Ces cités ont fini par former de véritables communautés organisées, avec leurs propres règles. Ainsi, le nouvel arrivant doit se plier aux conditions d’installation fixées par les occupants actuels. Ce sont également des cités fermées : le non résident qui décide de les traverser le fait à ses risques et périls, les « étrangers » étant vus comme des intrus. Ou pire, comme des voyeurs. Car les habitants tiennent à une certaine dignité, et détestent être vus comme des bêtes curieuses. Pauvres parmi les pauvres, ils sont venus pour la plupart des provinces de l’intérieur, pour fuir le chômage et tenter de se faire une place dans la société portègne. On les surnomme, non sans mépris « grasas », ou « negros », en référence à leur teint mat et leurs cheveux sombres et d’aspect graisseux : la grande majorité vient des provinces du nord, ou des pays limitrophes, et beaucoup sont d’ascendance indienne.
          Naturellement, il y a eu des tentatives pour en finir avec ces bidonvilles. Dans les années soixante, les gouvernements militaires ont ainsi créé des « Noyaux d’habitation transitoires ». Mais non seulement les habitations construites ne suffirent pas à reloger l’énorme population précaire (près de 300 000 personnes en 1966), mais elles étaient encore plus indignes que celles construites par les « villeros » eux-mêmes : une moyenne de 14 m² par famille, pas de salle de bain, pas de carrelage au sol, etc… En somme, on a construit des bidonvilles à côté des bidonvilles.
Aujourd’hui, ces zones de précarité se sont installées dans l’espace et dans le temps. Elles font partie d’un décor qu’on regarde de loin, ou qu’on préfère ignorer. Ce sont des cités dans la cité, où les gens vivent presque normalement, ont parfois un travail (précaire lui aussi), une voiture, leurs propres commerces. Les enfants vont à l’école publique. Ce qui entraine par force une certaine mixité sociale : ainsi les écoles publiques de La Recoleta, quartier chic par excellence, accueillent les enfants de la villa 31 ! Ce qui ne va pas sans frictions. Et bien entendu, la « bonne société » envoie ses propres enfants dans le privé.
          J’ai lu dans le journal de ce matin que l’état venait d’installer une grande partie des locaux du ministère de l’éducation en bordure de la Villa 31. Le personnel n’a pas l’air très heureux de ce changement. Outre le problème du transport, il pose celui de l’insécurité. Les gens des villas ne sont pas plus délinquants que les autres. C’est simplement une question de concentration de pauvreté dans un même périmètre. Et de consommation de drogue, aussi, assez élevée parmi les jeunes des villas. Les villeros ne demanderaient pas mieux que de s’intégrer dans le tissu social portègne. Mais ils sont coincés. Tout le monde est coincé : eux, l’Etat qui n’a pas les moyens de résoudre le problème à brève échéance (ni à longue échéance non plus), les voisins des villas qui subissent un environnement difficile et conflictuel. Toute la société est concernée, mais personne ne fait rien. L’éternel fatalisme argentin.

Pour aller plus loin :

Les villas miseria de Buenos Aires (article en français)
http://www.petitherge.com/article-les-villas-miseria-de-buenos-aires-113282972.html

El bajo Belgrano : del barrio de Las latas a la villa 30 (En espagnol)
https://rdu.unc.edu.ar/bitstream/handle/11086/13231/snitcofcky_eje%202.pdf?sequence=34&isAllowed=y

Los origenes de los barrios precarios en la ciudad (En espagnol)
http://www.solesdigital.com.ar/sociedad/historia_villas_1.htm

Ainsi que sur ce même blog, la nouvelle “Le bon docteur Santamans” (En deux versions)
https://argentineceleste.2cbl.fr/le-bon-docteur-santamans-2/